En casa había un tocadiscos de madera y no más de una docena de discos. Antagónicos.
Por un lado, los discos de mi padre: Manolo Escobar protestando por que alguien le hubiera robado su carro –mirad que hay mala gente– y Peret llorando una lágrima que cayó en la arena. Tengo que reconocerles a ambos el mérito de mantener la esperanza de recuperar lo perdido.
Luego estaban los discos de mi madre: el Dúo Dinámico luciendo sonrisas y suéteres idénticos que, además de cantar su amor a una menor –cosa que ahora incendiaría Twitter, pero que el romanticismo de la época permitía–, debieron dedicar un tema a casi cualquier mujer del planeta o, al menos, a sus nombres. En uno de los discos, cómo no, había un «No te dejaré marchar, no no no no, María del Pilar». En el disco de al lado, decir que descansaba es mucho decir, un José Guardiola (que no Josep) que llegaba incesantemente agotado a casa tras trabajar en la mina. Pobre hombre.
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