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del cerdo se come todo, todo, todo

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del cerdo se come todo, todo, todo, otro Post DataMi padre era cocinero de un hotel regular y encima; en San Antonio. Quiero decir que no esperéis de nuestra dieta platos de esos “de autor”. Bueno… sí que era fácil reconocer al autor: si era plato de cuchara; guisos, lentejas, sopas… Había sido mi madre y si era “lo que fuera frito con patatas”; había sido mi padre.

 

Aprendimos desde pequeños el término opuesto a “cocina minimalista”, que es “cocina de zafarrancho”. Mi padre siempre, siempre, no importaba el día del año, podía sacar del congelador escalopes perfectamente planos y con rombos dibujados con el reverso de la macheta que guardaba envueltos primorosamente formando raciones y la guarnición única y posible para aquel hombre eran las patatas recién fritas lo cual, la verdad: ya nos iba bien a los 4 canijos.

No recuerdo haber comido con él en la mesa, ¿lo haríamos alguna vez? Porque aquello de nuestra alimentación formaba parte de sus rutinas y entre ellas no existía un solo ritual social, ni siquiera, para con sus hijos. De modo que, cuando mi madre trabajaba y llegábamos a la mesa de la cocina recién levantados, ahí estaban en serie los vasos de colacao y las magdalenas y nuestros bocadillos de embutidos varios para llevar a la escuela.

 

Y al volver a mediodía, mágicamente, sin que él estuviera presente, había cuatro platos de “algo”: escalopes, lomo, croquetas, huevos… con patatas.

Ayer, que estaba frente a frente a las costillas de cerdo que primorosamente había preparado mi… ¿nueva y temporal compañera de piso? Pensaba: “¿He comido alguna vez costillas de cerdo?” Y desde luego, con ese formato de Pedro Picapiedra, no.

 

Como mi otra compi temporal de piso no venía, tuve el tiempo suficiente de divagar a solas con las costillas… No las de Adán, sino las de cerdo.

Inmediatamente pensé en aquellos primeros menús de niña y que por supuesto, afectan a la relación que tienes con la alimentación, hasta el punto de que yo, cuando me vi en el papel de ser la de alimentar a mis hijos, renuncié casi totalmente a los fritos. Uy, ese día al año en que mi hija se encontraba huevos fritos con patatas y me decía con todo su sarcasmo (a qué mala hora la enseñé a hablar):

 

-¡Ay!- fingiendo llorar- Si es que no soy capaz de comerlo. Creo que haré una foto al menos, o no me creerán mis amigos.

 

Y le daba una colleja y le contestaba:

 

-Come y calla o te saco lentejas.

 

Porque platos de cuchara, de aquellos de mi madre que luego fui modificando mucho, pero que muchísimo, añadiendo toques exóticos, vaya si les hacía.

 

El día antes de venirme, Mario le contaba a alguna de mis visitas:

 

-Mi madre hace lentejas, sí, sí… pero es la única madre del mundo que hace lentejas sin chorizo y sin patatas. Es más, es la única madre del mundo que hace lentejas sin lentejas.

 

Y no podía más que reírme porque, aunque a qué mala hora le enseñé a hablar… es cierto completamente. Pero no porque les mienta, sino porque mis hijos son un poco ignorantes y cuando hago uno de mis fantásticos platos de verduras y legumbres al curry con basmati, alguna vez éstas no son lentejas sino semillas de soja que cocidas tienen un aspecto similar y, como no me preguntaban y yo no les decía, pues ahí estaban ellos comiendo lo que llamaban voluntariamente lentejas.

 

Otro día Mario llegaba de comer en casa de unos amigos y me comentaba que había comido:

 

-Algo muy raro. Nunca había oído el nombre…- Y le veía dudando y dudando hasta que le salía -Ah, sí: chuletas.

 

¡Y hablaba en serio! Y le contestaba con un suspiro:

 

-Ay, qué triste. Que he criado unos hijos que no saben qué es una chuleta. Si estuviera aquí tu hermana, ya la estaríamos oyendo gritar.

 

Y es que, después de pasar catorce años de mi vida con el cerdo repartido en distintas formas y trozos, flotando en caldos o acompañado de patatas fritas…

Después de que una vez una cerda inmensa me intentara comer ella a mí hasta el punto que descubrí que tengo súper poderes cuando hacen falta y puedo dar un salto hasta una viga del techo y además, aguantar y aguantar todo lo que sea necesario sin caer hasta que alguien venga a salvarme ¿habéis visto Hanibal el Caníbal, cuando hace que una piara se coma la cara de no sé quien?

 

Pues eso… Después de otra vez, ver los cubos de… ¿basura? ¿Mierda? Que le echan a comer a los cerdos tal cual donde caiga, entre aquellos charcos de caca de cerdo y como se implican y se comen incluso el cubo si el que los alimenta no es rápido; después de que les vi una vez tragarse un zapato con toda la suela y cordones y todo pues, ¿qué queréis que os diga? Se me quitaron las ganas y en casa nunca, jamás, cocino cerdo. Sin embargo, socialmente sí, claro.

 

Sales de tapitas y te sacan jamón serrano, sobrasada, choricitos, morcilla… y ahí te lo comes y durante media hora aparcas aquellos traumas del zapato y la cerda personívora, que anda que no está bueno.

Es como Isa que con su novio se hizo “vegetariana excepto socialmente”, porque es imposible, imposible tener toda la familia en Mallorca y no comer cerdo casi continuamente

 

¡Cómo le vas a decir a tus abuelos que vas a comer y que no hagan carne! Si a lo que no es carne, lo conocen como “guarnición”. Que no, que no… que lo que ganas en salud lo pierdes en explicaciones y no vale la pena.

Pero he de decir que no es que lo deteste o me desagrade el sabor; es que simplemente, prefiero otras alternativas. Que sí, que sí, que ya sé “que del cerdo se come todo”. No te fastidia, ¡y tanto! Porque él se ha comido antes todo, todo, todo lo que ha podido, ¡ay, si le hicieran una autopsia al filete que tienes en tu plato!

Pero tal y como venís haciendo hasta ahora: no me hagáis ni caso, que no escribo para que os plantéis frente a una costilla a cuestionaros la vida del pobre bicho, sino a que os riáis de lo tonta tontísima que soy yo que como por norma poca carne y muy poquísimo cerdito y sin embargo, cuando estuve en India, por ejemplo, lo que me costaba pasar un mes sin morder (literalmente MORDER) carne. Acababas viendo una vaca de esas sagradas que se cruzaban por las calles parando el tráfico y decías “sujetadme, que le doy un bocado; ahí, justo en la pechuga.”

 

Estuvimos en un pueblo en India; no recuerdo cuál pero nada más entrar un cartel advertía:

 

“Se anuncia que en esta comarca está prohibido robar, comer carne y hablar mal del gobierno, bajo pena de prisión” y claro, a base de “plain rice and vegetables” y ni una palabrita de lo mal que iba el servicio de limpieza de las calles.

Sólo coincidiendo con la Navidad (nuestra Navidad) y en Udaipur, nos encontramos con  la maravillosa posibilidad de comer ternera o cordero ¡ay, cuándo mordí el cordero, qué rico me supo! E incluso, bebimos cerveza India (porque tampoco es fácil beber alcohol) y un vino espantoso. Eso sí: nos retiraban los vasos de cristal y lo cambiaban por tazas de desayuno, de plástico y con dibujitos infantiles para que no se viera el contenido y nos recordaban que las botellas debían estar ocultas bajo la mesa. O sea, que bebíamos con su consentimiento puntual, pero de contrabando.

 

Nos “permitían” beber o comer carne, pero nos recordaban que somos unos miserables viciosos que viviremos cien vidas por estar manchando de sangre y alcohol nuestros karmas y nosotros, brindábamos porque en esta vida; en este momento puntual, el arroz llevaba chicha.

Bueno. No quiero extenderme. Prefiero dejar para otro post el seguir contándoos como he vivido en “mis carnes” (jajaja), cómo se come y cómo te ven a través de la comida, por otros lares y mientras… a lo que importa; capítulo de agradecimientos: Ana, que sepas que las costillas ésas que preparas en bolsa de plástico están muy ricas. Cuando quieras, repetimos.

 

 


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