Para que un animal sea kosher debe tener las pezuñas partidas y ser rumiante. La Torá prohíbe cerdos, camellos y veintiuna especies de pájaros depredadores. También la ley islámica determina lo que es halal (lícito) y lo que es haram (prohibido).
Pero ambos preceptos coinciden en la importancia, no solamente del tipo de animal, sino del alimento y cuidados que se le ofreció hasta el momento último en que un matarife lo sacrifica aun con el propósito de causarle el menor sufrimiento posible.
En el caso del Islam, el animal mirando hacia la Meca mientras se pronuncia el nombre de Alá. En el mundo hebreo, un shojet certificado revisará 18 puntos vitales indicativos de la salud plena del animal. Más tarde examinará sus órganos y aun así solo será kosher la parte del animal que va del cuello a la doceava costilla. Los restos los comerán los cristianos que no cuentan con más requerimientos cárnicos que el ayuno durante la Semana Santa. Obligatorio, pero no tanto porque se exime pagando una bula. Porque todos somos iguales ante los ojos de Dios y la justicia… pero la pela es la pela.
Y en esta España de españoles en misa y repicando, desoyendo a la Biblia y su ‘el que esté libre de pecado que tire la primera piedra’, raudos y veloces —estamos en campaña, pero ¿y cuándo no?—, unos fistros pecadores han apedreado al ministro Garzón.
Algunos por lo que ha dicho; otros por lo que alguien ha dicho que ha dicho, pero de todos es sabido, cuentan lo mismito los votos de quien lee una noticia que de a quien le leen un titular.
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