He quedado con un amigo llegado de tierras lejanas. Nos hemos puesto al día apenas en titulares y me ha dicho: «Es la vez que te veo que más brillas» y, como procede, me he reído. Mucho.
Le he resumido aventuras y proyectos de más aventuras mientras él resumía este tiempo de no vernos en un: «Casi como siempre». Después, POR FIN, hemos hablado de temas importantes, como por qué cerramos los ojos al reírnos.
-¡Por lo mismo que los cerramos al besarnos!
Grito yo. Y él responde:
-Y al estornudar.
Y no puedo más que darle un sorbo al vino y dejar que salga la resabionda que llevo dentro (¿Recordáis cuando Uri me rebautizó, merecidamente, ‘Pilipedia’? Pues eso).
-No, no, no. -Pausa para hacerme la interesante- Cerramos los ojos al estornudar simplemente para que no se nos salgan los globos oculares de las órbitas.
Y ya, lanzada por el vino, sigo con mi discurso:
-Los estornudos sobrepasan los 100 kilómetros por hora ¿Te imaginas si estornudas junto a alguien y además de pedirle perdón porque le has escupido, te disculpas porque tu ojo izquierdo le cayó en un mojito?.
Aquí ya, obviamente, es mi amigo el de flipar y, mientras bebe, continúo:
-Cerramos los ojos al reír y al besar, como el acto más maravillosamente egoísta que existe. Nos cerramos al máximo a percibir cualquier otro estímulo físico para que nada nos disturbe. Para centrarnos en la maravilla que nos produce por dentro, un beso, una risa.
Y ahí, siempre ahí recuerdo esa canción de Pedro Guerra ¡que me encanta! Que me parece tan, tan sabia:
«Hazlo reír y te dará sus cartas
sus libros, su canción, su amor sin más palabras.
Hazla reír y escucharás mensajes
y no te sentirás perdido en este baile.
Hazlos reir… Hazlos reír y te dará la risa
y risa con amor es lo que tú precisas.
Hazlos reír y te darán su risa
y risa con amor es lo que tú precisas
Hazlos reír…»
P.D. Que no se os olvide, ¿vale? Hazla, hazlo, hacedles reír…
