En el edificio del antiguo ayuntamiento de Praga, en la Ciudad Vieja, se exhibe uno de sus orgullos nacionales: el reloj astronómico. No había nada parecido. Cuentan que tanto gustó aquel fruto de 80 años de trabajo del maestro Hanus, su constructor, que quienes realizaron el encargo decidieron dejarle ciego para evitar que lo repitiera en otro lugar. Lo flanquean cuatro figuras; tres simbolizando los pecados capitales: la avaricia (representada por un mercader judío); la lujuria (un príncipe turco) y la vanidad (un hombre que se mira al espejo). Los acompaña un esqueleto que representa la muerte. Cada hora en punto desde 1490, las figuras se ponen en movimiento: los pecados niegan con la cabeza, recordándonos lo que no debemos hacer, mientras que la muerte asiente, invitándonos a pecar.
Entre la muchedumbre de turistas observo la paradoja de la cantidad de caras que se miran ensimismadas, palo de selfi en mano, dando la espalda a un reloj y aunque siento el impulso de decirle a alguno: «¡Por favor, gírate! ¡Te lo estás perdiendo!», no lo hago, y vuelvo al inútil intento de asimilar los infinitos detalles de esta asombrosa coreografía diseñada hace más de quinientos años.
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