Mi parte favorita de los programas de compatriotas que viven por el mundo no son los rascacielos de grandes vistas que te muestran esta o aquella parte de la ciudad, o ver cómo regatean fruta entre los distintos puestos de un mercado.
Lo que más me gusta es que muchos (casi todos) cuando les preguntan por qué acabaron allí, por qué dejaron nuestra vida de siesta, cenar tarde y rutas de bares para montar un restaurante que anuncia ‘Tapas’, por ejemplo, aunque empiecen hablándote del sueldo, de las oportunidades laborales, del respeto a sus profesiones inexistente en España, acaban respondiendo que se quedan por amor. Allí, entre las ratas de un laboratorio o los cubos de basura de las cocinas de un Mc Donalds les sorprendió el amor. Y se quedaron.
Creo que la misma pregunta formulada en los aviones, junto al cuestionario de inmigración donde hay que detallar si se tiene antecedentes, se ha tenido contacto últimamente con cédulas terroristas o si te han denegado alguna vez la entrada en algún país, si se incluyera el amor entre las opciones del viaje… ganaría en un aplastante sí. ¿Viaja por negocios? ¿Y por amor?
Seguir leyendo en Diario de Ibiza