
Tenía trece años cuando una noche me descubrí las bragas manchadas. Aquello no era rojo sino granate. La de veces que me había descalabrado y ese no era el color de la sangre, así que asustada, llamé a la puerta de mi madre. Ella salió en camisón el tiempo mínimo para descubrirme con unas bragas en la mano y soltar antes de dar un portazo: «¿Y para eso me despiertas? ¡Ya sabes […]