Son incontables los congresos y conferencias en los que he participado. Un privilegio porque, mi papel de organizador me ha permitido asistir a eventos que de otro modo hubieran estado vetados porque hubieran sido costosos o, simplemente, inaccesibles.
Solo por poner un ejemplo: Una sesión de ministros europeos con la participación extraordinaria de otros de distintos países de Oriente Medio.
«y… seguro que no es nada, pero… también me duele aquí» y «aquí» es donde se acababa descubriendo el síntoma importante que, a veces, significa la diferencia entre vivir y morir.
¿Toda la responsabilidad recae sobre el insensible que no indagó si de verdad estás o no estás bien? «Bien» siempre debiera decirse cuando estamos bien. Las preguntas debieran contestarse en la medida de lo posible con la respuesta que más se asemeje a la realidad
¿No es la función del idioma definir con exactitud o con la máxima aproximación el mensaje del comunicador? No es fácil contestar ese «¿cómo estás?» Con un «con gastroenteritis. Cómo no encuentre un baño inmediatamente, me lo hago encima», o «con prisa. Me pillas a punto de ir a echar un polvo con mi amante mientras mi mujer va a buscar a los niños al colegio».
Detrás de esos «Bien» que escuchamos y pronunciamos a diario… ¡Hay tantas cosas! Pero, a veces, solo algunas veces, sobre todo si el encuentro con esa persona no es casual, sino buscado; cuando el encuentro es además, hasta sorpresivo… «Bien», no vale; «Bien», no basta.
Nuestros radares nos mandan señales de que esa persona nos busca, que solo si estamos atentos percibiremos. Si sabemos escucharlo, veremos que hay un grito en el aire de que, de algún modo, esa persona nos necesita y tras el diálogo cortés de «¿Cómo estás?», «Bien», debe seguir un: «Me alegro. Y ahora, de verdad, ¿cómo estás?»
Y sería tan fantástico que ahí, justo ahí… se abriera toda la verdad.
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