
Los dos temblábamos. Me dijiste: «Te amo. Te amo. No desde el día que te conocí… Te juro que te amo desde toda mi vida.»

Y podría parecer una exageración, palabrería, borrachera de amor… pero no. Era verdad. Absoluta. Tanto que, en comparación, hasta quizá el resto del mundo fuera (desde ese momento) un poco más mentira.
Lo recordé nítidamente al sostener por primera vez a Lidia en brazos. Hay personas a las que quieres antes de haberlas conocido, de haberlas visto, de «llevarlas dentro», de engendrarlas. Hay personas a las que quieres sólo porque intuyes que allá, en algún lugar, existen.
Lo sé, lo sé, porque también yo siento blanco, grande, dulce, suave, puro, cargado de besos… ese amor desde (y para) toda la vida.