Torero de Anglada Camarasa
Andaba haciendo tiempo a que abrieran la óptica en la que tenía que recoger los nuevos cristales de mis cascadas Maui Jim y he decidido entrar al Gran Hotel; el precioso edificio que alberga El Caixa Forum en Palma. Tampoco aquí he podido entrar a las salas de exposiciones excepto a la permanente y que ya he visto varias veces de Anglada Camarasa y me he quedado una vez más, pensando que es un gran ejemplo de texturas.
Que soy rara, lo sabéis de sobra quienes me conocéis e incluso, los que me conocéis tan sólo de leerme estas rarezas en este también raro blog, pero aquí va otra pequeña confesión: me encantan las texturas.
Compro la ropa, las toallas, hasta las cortinas por el tacto o, siendo más exactos: por la textura, y en el caso de los cuadros ¡hay tanta información en la textura que los conforma! Que es una pena detenerse en la imagen, en los colores o el estilo y no acercar la nariz al lienzo. Una de las cosas que enseñan en pintura es a pintar de atrás hacia delante: primero el fondo de la imagen, seguido de las sombras y después, en perfecto orden, desde lo posterior hasta lo más próximo al observador. Con esta técnica se logra profundidad; sensación de volumen y lo notas, aunque no seas consciente, gracias a la textura de la pintura.
Pero por la textura también descubres, por ejemplo, la prisa que tuvo el pintor; los cambios de opinión si alguna parte ofrece rectificaciones o más capas. También puedes ver la determinación en los mínimos rasgos bien definidos: esa maravilla de que sabía a la perfección qué quería plasmar y también el modo exacto de hacerlo. Es ese privilegio en el que las manos son herramientas precisas para ese mundo que tiene dentro queriendo salir.
Y este Anglada Camarasa es un tipo curioso. No comparto sus líneas, pero sus colores y sobre todo, sus texturas… ¡Ay, sus texturas!
Uno puede perderse mucho rato en cada cuadro viendo auténticas pastas en los trajes de luces de los toreros y los vestidos de volantes de las gitanas bailando mostrando sobacos peludos y sin embargo; esos rostros tan femeninos (más incluso en los hombres que en las mujeres), son rosas y perfectamente lisos, como si cada rasgo hubiera aparecido por casualidad en una sola pincelada común.
Escuchamos con frecuencia cosas como “el tacto de tu piel” y no es correcto, sino romántico.
En realidad el tacto es el sentido con el que percibimos la textura que es la parte más externa de un cuerpo o un objeto, de modo que, sudorosos y jadeantes después de hacer el amor, lo que debieran decirnos es: “adoro el tacto de tu textura”, pero suena raro…
Sería como decirnos “me encanta la perfección que hay en el volumen ligeramente desigual de tus pechos y la resistencia que ofrecen a la gravedad”. El tipo que te lo suelte, o está loco o vale mucho la pena… Todo un valiente piropazo. Si alguien lo regala y le funciona, por favor, que nos lo cuente.
He salido de la exposición y aún he tenido que esperar 5 minutos a que abrieran la óptica donde he mantenido con el simpático guapo que me ha atendido, la misma conversación que tuviera con su simpático guapo compañero la semana pasada:
-Caray, los 2 cristales rotos ¿pero qué les has hecho a estas Maui? Nunca había visto nada igual.
-El primer cristal me lo pisó una vaca.
-¿Una vaca? Querrás decir una señora muy gorda.
-No, no. Una vaca, fue haciendo una acampada en Cala Varques.
-¿Y el otro?
-Del otro no lo tengo muy claro… pero es que estuve en la apertura de Space.
-Son unas gafas extraordinarias.
-Ciertamente. Las mejores del mundo mundial. Como las patatas: cuando haces pop y las pruebas, ya no las puedes dejar. Es que les llevé la prensa durante un tiempo.
-Entonces no hace falta que te las venda.
-No. Te las podría vender yo.
-Pues nada. A seguir disfrutándolas. Hasta pronto.
-No, no, que no pienso romperlas más.
Y he salido a la calle de nuevo, viendo con los cristales polarizados Palma con una textura absolutamente inmejorable y además, en technicolor.