Hace mucho tiempo existió un rey malvado llamado Jirania Kashipú. Juró odio eterno al dios Visnú después de que éste matara a su hermano, Jirania Akshá, cuando vivió reencarnado en una jabalí.
Se dirigió a la montaña Mandara Achala y allí se puso de puntillas durante miles de años, hasta que logró que le fueran concedidos poderes místicos.
Así, volvió a este mundo, convencido de que era una deidad y que a él y solo a él debían venerar, pero ¡pobre rey! Hasta su propio hijo, Prahlada, prefirió seguir venerando a Visnú.
El rey enfureció hasta tal punto que ordenó asesinar a su hijo.
Encargó tal cometido a su propia hermana, Holika, quien tendió una trampa a su sobrino invitándole a sentarse con ella en el centro de una hoguera.
Ella, en realidad, pensaba protegerse de las llamas gracias a una capa que vestía, pero en el momento de encenderse el fuego, la capa pasó, mágicamente, de Holika a Prahlada y la tía malvada quedó calcinada.
Aún después, el dios Visnú volvió y mató al rey como castigo por su soberbia.
Debemos a esta cruel tía, Holika, el nombre de la fiesta que se empezó a celebrar a partir de aquel momento la primera luna llena de marzo: el Holi que, mediante el encendido de hogueras por todo India, nos recuerda el triunfo del bien sobre el mal.
Después, las personas se lanzan unas a las otras polvo de colores, festejando la llegada de la primavera.
