Por favor, que alguien le explique a mi madre que estoy bien, que lo estaré, que de algún modo siempre lo he estado. Que alguien le diga que me tenga fe.
Por favor, que alguien le explique que lamento todos los años que sintió vergüenza, pero que fue su elección. También pudo elegir no sentirla. Es más, incluso, podría haber elegido estar orgullosa. Desde que soy madre es lo que elijo muchas veces.
Por favor, que alguien le explique que no, que no estoy loca, que mi mundo no se parece al suyo simplemente porque hay infinitos mundos y el mío (los míos), son otros. Que quizá fue a fuerza de crecer escuchándole todo lo que pudo ser su vida que yo me niego a quedarme con las ganas, haciendo conjeturas y que temo a ese momento en que pasamos de lo que «podríamos hacer» a lo que «pudimos haber hecho».
Por favor, que alguien le explique que no entraba en mis planes ser madre siendo una niña, ¡pero lo hice útil!
Por favor, que alguien le explique que casarme, o divorciarme, o «no aguantar» (ese verbo que tantas veces les he escuchado a ella y las de su generación) no eran un asunto tan nimio como que mi marido no fuera un borracho o no estuviera con otra. Había otros temas importantes (muy, muy importantes para mí) como lo fue el sentirme sola, con mi vida, con mi carrera, sobre todo con nuestros hijos (y que acabaron siendo sólo míos) y que, sin necesidad de grandes catástrofes, para sentirme sola, de largo prefiero estar sola y así sé a qué atenerme.
Que alguien le explique que SOLA, esa palabra que también tanto ha utilizado y le da tanto miedo, a mí no me lo ha dado en absoluto. Esa soledad de no tener un hombre al lado… Que por supuesto, yo también hubiera preferido compartir mi cama siempre con alguien y encontrar ese abrazo, pero no, no fue culpa mía. Se lo juro. Y en cambio, muy probablemente sí influyera el no haber visto jamás amor entre mis padres sino «otra cosa». El que «se aguantaban» porque no era un borracho ni se iba con otras, pero nunca jamás se dieran la mano, un beso o intercambiaran un cumplido. El que simplemente convivieran todo lo lejos que pudieran el uno del otro en nuestra casa. No los juzgo ¡qué los voy a juzgar! Pero porque no juzgo exijo que nadie me juzgue (y además me condene).
Que no sé «por qué no me ha funcionado» y aún más grave: ni siquiera sé si necesito encontrar un motivo. Pero no, ningún hombre «se ha aprovechado de mí», «me ha utilizado», ni tampoco soy yo que «no aguanto nada». No. Y debería saber a estas alturas que defiendo hasta la muerte a todo el que quiero, esté o no esté a mi lado. Quizá es tan simple como que el amor y los motivos van por distintos caminos.
Que alguien le explique que no tengo que «darle una oportunidad» a nadie sólo porque sea un hombre extraordinario. Que sí, que lo es; que lo son, pero para otras. Que el AMOR (al menos para mí) es otra cosa: es una maravillosa coincidencia y nunca jamás puedo estar con alguien que no sea quien el cuerpo y el corazón y el alma enteros me dicen que es. Que no es sólo ética conmigo, con mis hijos ¡con ella! Sino también con ese «tipo extraordinario» al que querré, pero de otro modo… Que tengo la obligación de dejar que esté solo para que el amor, el de verdad, el de alguien que le querrá muchísimo más que yo, le pille libre. Eso es lo justo y además… no sabría hacer otra cosa.
Que alguien le explique que no es que «no tengo trabajo». Lo que ella entiende por trabajo, fijo, estable, cotizando para la jubilación es sólo una opción de muchas y, de verdad, cada vez menos fija, menos estable, más incierta. Yo les he inculcado otra cosa muy, muy distinta a mis hijos. Ya sé que ser empresario, autónomo, emprendedor, freelance… en este país es una mierda ¡lo sé en mis carnes! Pero prefiero que «trabajen» gratis, mil horas, en eso que siempre llamo «lo suyo» y que tenemos plenamente identificado, porque no les quiero (con todos mis respetos) sirviendo hamburguesas. De nuevo, que aprendan a escuchar a sus cuerpos que saben perfectamente lo que les conviene cuando las voces de sus cabezas (y de otras cabezas, como pueda alguna vez ser la suya) los confundan.
Por favor, que alguien le explique que le estoy muy, muy agradecida, porque sé que me ha ayudado y me ayudará siempre y costándole como le cuesta entenderme tantas veces, al final, lo logramos (más o menos).
Que sepa que me marcho, sí, otra vez, me marcho, me voy… pero estaré a salvo. Que me intentaron violar en República Dominicana, que estuve muy enferma en Nepal y después en India, pero son cosas que pasan y mis hijos saben perfectamente que soy inmortal y sin embargo, si la muerte me alcanza, quiero que sea divirtiéndome, y haciendo cosas con significado, y viajando y no cayéndome en la cómoda bañera de mi casa ni de un infarto cambiando canales en la tele de plasma.
Que eso de que «cuando vuelva no tendré nada» es una frase tan absurda que ninguna de las dos merece el escaso minuto que necesito en desarmarla. Dondequiera que vaya tendré todo, porque lo que tengo es lo que llevo conmigo. Porque lo que es de verdad mío, me esperará siempre con los brazos abiertos.
Que irme o permanecer nada tienen que ver con «sentar la cabeza», que mi cabeza está perfectamente sentada.
Que alguien le explique que sé perfectamente, que me lo ha dicho mil veces… Que me consta que, para ella, «Ibiza es el mejor lugar del mundo» y «todos están locos por venir», pero no, no es para mí. Que me ahogo. Que Ibiza es adonde quiero volver mil veces, pero no es donde quiero estar. Y siendo justa, tampoco he conocido aún ese lugar en el que querer estar siempre. Que arraigo en personas, no en sitios. Y claro que sé «lo bien valorada» y «situada» (laboralmente) que estoy aquí y allí y allá ¡claro que lo sé! Pero quiero otras… ¡no! quiero MÁS cosas.
Que alguien le explique que no puedo participar de que mi esfuerzo sirva sólo para que alguien gane votos. ¡Qué claro que quiero que los gane! (si los merece) Pero que me repugna que ese sea el principio y el fin.
Que Uri me enseñó a amar la política. Que la política no es otra cosa que el trabajo de unos pocos al servicio del pueblo y que me da igual que «sean todos iguales» (no lo son). Que en ese caso están «todos» equivocados. Y yo no.
Que alguien le explique que si lo que hago «me da» o «me cuesta dinero» no son las preguntas que me planteo. Rara vez son los baremos en los que baso mis movimientos. Y sí, «así me va». Exactamente así me va.
Que lo sé, que me consta, que querían otra cosa de su única hija, el uno y la otra, pero que de verdad, de verdad… se lo he jurado siempre: he sido, soy y seré buena. No lo digo por decir, por más que me haya repetido tanto que «de tan buena como soy para otros soy mala para los míos», no es verdad. Eso no existe. ¡Me he implicado tanto para que mis hijos entiendan que funciona exactamente al contrario! Que cuando alguien es bueno, lo es en todo. Que no puedes ser bueno para tus hijos y malo con tus vecinos. Que los hijos no aprenden, sino que imitan. Que ser bueno, es serlo siempre (y ser valiente, y ser curioso). Que ayudar es ayudar. Que decir la verdad, es decir la verdad. Que tus palabras y tus acciones te definen siempre.
Que alguien le explique que ella fue el motivo por el que he estado en Ibiza estos últimos años. No mi padre muriéndose, no, sino ella. Porque sabía que necesitaba que estuviera y porque cuando alguien de verdad me necesita, estoy. Que soy para siempre. Rara. No como ella quisiera, pero para siempre.
Que sí, que escribo, que pinto; que escribiré y pintaré, que haré esas cosas que sabe que me gustan y que da igual «para qué sirvan». Las haré, sólo por si acaso a alguien, alguna vez, en algún lugar, le sirvieran, ¿podría haber otro motivo?
Que alguien le explique que no tiene que preocuparse, que no tiene que temer por mí. Ni por mis hermanos ¡Ni por ella! Porque todo va a salir bien. Porque lo merecemos. Porque siempre estaremos para cuidarnos.
Y por favor, que alguien le diga cada día, todos los días… que la quiero. Que la quiero. Que la quiero. Por supuesto, yo también lo hago.