Icono del sitio otro Post Data

imágenes en blanco y negro

 

Esta semana después de… de… qué caray ¡por primera vez en la vida! Hemos quedado en reunirnos todos los primos.

 

Fuimos a cenar y aunque no estaban todos los que son, sí que son todos los que estaban y ya veréis como no hará falta que pase otra vida para repetirlo. Creo, sospecho… que nos hemos quedado con ganas de más.

Mientras, el asunto da para realizar algún que otro análisis:

 

Al igual que pasara un par de añitos atrás en la cena de reencuentro de compañeros de colegio, me topé con que soy la única que tiene una pata fuera, porque como ya os he indicado en más de una ocasión, esta isla absorbe, abduce y creo que hasta engancha.

 

Eso me coloca en la situación de máxima sorprendida a la hora de toparme con algún consanguíneo al que tranquilamente hacía 20 años que no veía; algo absolutamente impensable para dos personas cualesquiera que residan en este islote tan bonito, tan mágico, pero tan diminuto.

 

Así que te encuentras con tu primo (porque deduces que es tu primo), que el otro día era un niño y hoy te encuentras frente a frente con su padre, o escuchas un “estás igual, igual. No has cambiado nada” y a su lado alguien que te dice “no te habría reconocido jamás” y supongo que ambos tendrán razón…

 

A tal evento, y por sugerencia mía, no podían venir nuestros hijos (porque ya podíamos haber alquilado un estadio de fútbol, que lo llenábamos), y sí nuestras parejas “siempre y cuando supieran usar los cubiertos”.

 

Tengo que indicar que el índice de solteros es muy bajo en esta familia global y por alguna razón inexplicable, el récord se encuentra en mi casa; lo cual me libera de complejos y continuos análisis frente al espejo metiendo y sacando barriga, sacando y sacando pecho y hasta cambios de peinado, “a ver qué tal así” ,y me permite achacárselo completamente a algún defecto genético por ejemplo, por ejemplo… ¡de mi padre! Que era un reconocido soltero hasta la edad de 40 años.

 

Pues pocos solteros y además, los emparejados, en su mayoría, lo están con su pareja “de toda la vida” ¡las que conocí incluso yo! en aquella vida anterior mía y las nuevas adquisiciones, tengo que confesaros que me gustan mucho, pero que mucho (por lo menos tanto como sus cónyuges, mis parientes).

 

Hablamos de ese «ahora» de hijos de todas las edades; bien colocados o descarriados por el mundo. De los hijos de nuestros hijos, de nuestras propias inestabilidades y de aquel «ayer»; del de la abuela (verdadero velcro de esta familia); de borracheras de otros; de veranos hasta las tantas en la calle y frigopiés, y nos reímos de las anécdotas de nuestros padres que no están para defenderse.

 

No sé al resto, pero a mí me sirve para poner en práctica un ejercicio que me sorprende con frecuencia: comprobar qué vidas tan dispares tienen los hermanos, nacidos en el mismo seno de una familia e incluso, con escasa o ninguna diferencia de edad…

 

¡Para que luego responsabilicemos a nuestros padres de todo lo que pasa! (borrad lo que he escrito antes del gen de mi padre). Y aquí, alrededor de una mesa, tienes un amplio abanico de primos, hermanos entre sí, que nada, nada tienen que ver con ellos salvo, insisto, esta alegría del reencuentro.

 

Quien triunfó (aparentemente) en el pasado, ahora lo está pasando regular, y al revés. Y te das cuenta, confirmas que la vida es una montaña rusa; que el éxito nada tiene que ver con la posición económica que tengas (ahora, en este preciso instante), sino en tu actitud frente a ella.

 

Tu felicidad no tiene qué ver con el reparto de salud que te caiga en gracia, ni con esa cosa que llaman “suerte” (ahora, en este preciso instante), sino en tu actitud frente a ella.

 

No puedes agarrarte a la seguridad (sólo aparente y siempre frágil) de un puesto de trabajo, de una posición económica o de un estado de salud (porque el peligro de caer en un momento dado es inevitable), sino a esas otras cosas que son realmente fuertes, inamovibles y por lo tanto, importantes: nosotros mismos.

 

Y aquí hablo del conjunto de esta familia global, formada por los núcleos de otras familias, pero también de “eso” que soy yo mismo. Y mi «yo» en particular, se nutre en Palma, entre mis hijos y mis amigos, se nutre de cada uno de los lugares en que he vivido y he querido y de aquí, mucho, mucho de aquí. 

 

Y esta noche, las imágenes en blanco y negro de la memoria, saltan a la realidad con todos los colores. No está la abuela (no del mismo modo que antes), pero, hay una parte importante de la materia que nos compone, presente y repartida en una sola mesa. Sólo hace falta vernos para comprobarlo…

Creo que de hecho, nadie puede conocernos del todo, no… sino conoce al resto. Aunque apenas nos tratemos… estamos ligados. Hay otro tipo de vínculos que saltan por encima del espacio y del tiempo.

 

¿Me permitís que os los presenté, verdad? Aquí unos amigos; aquí, mi familia:

 


Entradas relacionadas:

made in Ibiza
mi abuela viene a visitarme
algún ángulo del retrato inacabado de mi padre
ácido hialurónico
para mi madre (y para la tuya)
mi particular Síndrome de Peter Pan
los vivos retratos
las bodas de oro
aquel asunto de la fe
Salir de la versión móvil