No podía entender (y aún hoy me cuesta), que la mutación para llegar a hombres y mujeres de bien, responsables, cumplidores, trabajadores; buenos padres, hijos y esposos y además temerosos de la Ley y de Dios llevara consigo perder las ganas de jugar y la alegría.
Para colmo era septiembre y el verano de días largos, de excursiones en bicicleta a la playa y a explorar rincones nuevos de Ibiza y las largas jornadas de juegos en las calles, se acababan para dar lugar al nuevo curso. Empecé a calcular los años que me quedaban de colegio, lo que vendría después y después y después y me pareció que el tiempo bueno se iba a agotar demasiado deprisa y en aquel momento, se me antojó simplemente insoportable. Entonces me planté ante aquel feo crucifijo, con mi diario rojo con ribetes dorados que se cerraba con una llave y a salvo de miradas ajenas, pero lanzando mis decisiones (que no mis deseos) al Universo, para que se diera por enterado. Dije algo del tipo: “No quiero crecer. No quiero ser como ellos. Quiero divertirme siempre; quiero jugar siempre, aunque eso me suponga ir toda la vida al colegio.” Y algún lagrimón (porque ya era llorona por aquel entonces) llenó de churretones las líneas haciendo las veces de firma en aquel pacto conmigo misma.
Y por descontado, como cualquier otra cosa que pidas con fe, se me cumplió en doble cucharada y aquí estoy hoy, treinta años después, escribiendo en este nuevo diario: un Sony Vaio plateado que lejos de cerrar mis palabras bajo llave me ayuda a lanzarlas a la red, donde cualquiera: hoy por fortuna tú, las lee. GRACIAS.
Jo, y además, algo debí hacer bien porque llevo montones de horas y días dedicándome además de a escribir este diario de niña, a organizar fiestas ¡me pagan por montar fiestas! ¿Os imagináis una vida semejante? Y además, porque en tantos años de formar equipos de profesionales, con la excusa aquella del Protocolo, de la Atención al Cliente, bla bla bla… iba entrelíneas (igualito ugualito a cómo hay que leer este blog) cultivando el equilibrio, la curiosidad y la alegría, porque de alegría debe estar hecho el motor que nos mueva en el trabajo y en la vida. Claro… también de amor.
Uno empieza a andar, a andar y si no te detienes de tanto en tanto para mirar para atrás, no se da cuenta de la curiosa forma que adquirió el camino andado. Pocas veces son líneas rectas como flechas y además ¡qué aburrimiento! Sino que las más, son curiosas formas que serpentean, giran, se enroscan sobre sí mismas para volver a continuar desde una perspectiva nueva.
Se me ocurre por ejemplo cada vez que veo alguno de esos programas de españoles por el mundo, como nuestra versión balear: Balears pel Món donde mi puñetero y atractivo primo Soldat disfrutó como un enano haciendo de trotamundos reportero dicharachero: Porque yo no seré mayor que sino… ¡de mayor querría ser como él!
La cuestión es que en estos programas descubrimos a fulanito, de Burgos; tantos años en Australia y le preguntan “¿cómo llega un jardinero burgalés a quedarse en Melbourne?” Y fulanito se sonroja y contesta casi en el 90% de los casos: “Por amor.” Y después añade: “Vine por una semana de vacaciones y conocí a menganita” o, “fui a estudiar un mes a Londres y conocí a menganita por pura casualidad que acababa de perder su vuelo para volver y a los tres meses, llamé a mi familia para decirles: ey, que no vuelvo, que me voy pa’Australia.” Y es que, efectivamente, la vida es aquello que nos sucede mientras estamos ocupados en otros planes ¿no es maravilloso?
Estos programas están plagados de Peter Panes. Los reconocéis porque han “volado”, sin miedo a la distancia ni a las alturas, pero también por otros síntomas que os detallo a continuación en esto que podemos llamar como:
Apartado de consejos y advertencias
Aunque la Organización Mundial de la Salud aún no la cataloga como una enfermedad en sí, en psicología sí abundan los escritos al respecto, alertando de los riesgos que para otros y, sobre todo, para nosotros mismos tenemos o podemos tener los que padecemos por el que se conoce como Síndrome de Peter Pan; negarnos en rotundo a crecer, al menos, del modo en que vimos que crecían los demás.
Además de una confesión escrita como ésta, podéis descubrirlos por otros síntomas, algunos de ellos:
- Son personas joviales y de aspecto juvenil y es frecuente verlas cómodamente rodeadas de personas mucho más jóvenes.
- Se resisten a aceptar las normas establecidas y muestran rebeldías ante las leyes porque sí, que no acatan sino entienden perfectamente los argumentos que las mueven.
- Son ensoñadores, se embarcan en proyectos continuamente prefiriendo éstos a la estabilidad de un empleo y un sueldo seguro.
- Suelen ser conocidos como el “alma de las fiestas” y por ejemplo, en el caso de los varones, son capaces de entrar en juegos de seducción con muchachas jovencitas sin ser conscientes del ridículo al que se enfrentan.
- Son personas que no saben o, no les da la gana crecer. Parecen ciegos a ver que el tiempo pasa, que ésto es lo que hay, que la vida es una mierda, que el pan hay que ganarlo con el sudor de tu frente, que a partir de aquí todo irá cuesta abajo, que la crisis es culpa nuestra y el gobierno está aquí para dirigirnos porque solos iríamos mal, que para estar bello hay que sufrir…
Que nadie te va a querer más que yo, que las bicicletas son para el verano, que esa música no te va a gustar porque es para jóvenes, que por favor usa los cubiertos, que no vayas descalzo, que dejes de bailar que te están mirando, que a ver cuándo sientas cabeza; que ya eres padre, madre, abuelo, un tío casado… MAYOR, así que asúmelo, pon los pies en el suelo y compórtate como tal.
- Se ríen. Juegan. Parecen divertirse constantemente.
- Luego están los que dicen que es propio de quienes no son capaces de ser padres o parejas, pero no hagáis caso. Ésos lo que son es imbéciles. Ser padre o estar enamorado te multiplica notablemente los motivos para jugar y estar alegre.
De modo que si detectas Peter Panes por la calle, obsérvalos como lo que son: especímenes raros pero además hazlo con curiosidad. Quizá, quién sabe, el Peter Pan que vive escondido entre tus tripas despierte. Puedes esquivarlo, claro que sí, cruzar a la otra acera para seguir tu camino a la madurez social y establecida intacto, o puedes acercarte y, con suerte, dejar que algo de ese síndrome se te contagie.
He oído (no sé, no estoy segura) que los besos con lengua; los de tornilllo, funcionan como catalizadores, pero recuerda que han de ser con alguien a quien no conozcas de hace más de diez minutos, o con quien lleves casado por lo menos doce años y ha de ser de pie en un banco en una plaza.
Sospecho que también sirven en mitad de un paso de cebra y en la televisión si eres el presentador del tiempo. En fin, que veo que no podré crecer nunca nunca, porque aún me queda mucho por descubrir aquí abajo. Igual incluso… hasta me toca volver para ser niña otra vez.
Síndrome de Peter Pan; se hizo popular el término desde que Dan Kiley publicara en 1983 un libro titulado The Peter Pan syndrome: Men Who Have Never Grown Up. Según Kiley, estas personas incluyen rasgos de irresponsabilidad, rebeldía, cólera, narcisismo, dependencia, negación del envejecimiento, manipulación, y la creencia de que está más allá de las leyes de la sociedad y de las normas por ella establecidas.
Síndrome de Wendy; se manifiesta en una necesidad absoluta de satisfacer al otro, principalmente la pareja y los hijos. Esta conducta se debe al miedo al rechazo y al abandono y, por razonas culturales, es más frecuente en las mujeres que en los hombres. Se trata de una conducta que aparentemente puede no representar problema alguno, pero que tiene relación con el síndrome de Peter Pan. Es habitual la existencia de un Peter Pan que tenga una Wendy para que haga todo lo que él no hace y se responsabilice de todo lo que él evita.
Peter Pan; La obra más conocida del escritor y dramaturgo escocés Sir James Matthew Barrie nacido en 1860. Cuando tenía 6 años, murió su hermano David de 13, el hijo favorito de la madre quien nunca se recuperó de su pérdida e ignoró a James durante toda su infancia. Su padre siempre ignoró a todos los hijos. Peter Pan fue escrita en realidad como una obra teatral que se estrenó en 1904 bajo el nombre de Wendy. Años después, en 1911 la adaptó a novela bajo el nombre de Peter Pan y Wendy.
«Si Peter no se quiere ir
la soledad después querrá vivir en mi
la vida tiene sus fases, sus fases»
El Canto del Loco
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