Llevo unos cuantos días en Southampton, una preciosa ciudad en el sur de Inglaterra, vinculada absolutamente al mar.
De hecho, ha sido el mar el que me ha traído por trabajo, porque se está celebrando aquí la Southampton International Boat Show, que es una de las ferias náuticas más importantes del mundo.
Pero, tengo que confesaros que lo que más ilusión me hacía de la idea de pasear por estos muelles de Southampton es conocer el lugar del que zarpó, hace exactamente 100 años, el Titanic.
Me pilla además este viaje con un libro en las manos de Brian Weiss, doctorado en medicina por Columbia, especializado en psiquiatría en Yale, profesor en las universidades de Pittsburg y Miami donde además era presidente del departamento de psiquiatría del hospital Monte Sinai durante 11 años.
Lo más interesante de este científico es que defiende valientemente la reencarnación.
Narra sus terapias de regresión para curar distintas enfermedades y muestra como en los distintos viajes que realizan sus pacientes en estado de relajación a vidas pasadas, muchos de los dolores y miedos guardan relación con los tristes acontecimientos que vivieran en otras épocas, que abandonaron para regresar en otros nuevos cuerpos a reencontrarnos, siempre, con quienes amamos.
La idea del dolor por una experiencia traumática pasada está presente en estas calles como en pocos lugares azotados por la desgracia. No solamente el hecho de ser recordados por el lugar del que partió el buque que alcanzaría la tragedia tan sólo 5 días después, sino que muchos de los pasajeros y la mayoría de la tripulación, incluido el capitán, eran de aquí.
Para colmo, los pocos miembros de las clases más desfavorecidas que sobrevivieron, al ver mutilado su sueño de viajar al nuevo mundo en busca de una vida mejor, se quedaron atascados aquí, aún más pobres y tristes.
Ayer, cuando un taxista de aspecto bonachón me llevaba al Titanic Memorial en el East Park, me preguntó porqué me dirigía ahí y eso dio lugar a una conversación maravillosa que de todos modos, me confesó que no muchos locales quieren mantener.
Le pregunté cuánta fidelidad guardaban los libros y la película con lo que vivieron y me contestó, para mi sorpresa, que no había visto la película.
Le dije que debería ser el único y tranquilamente me dijo que no esté muy segura de eso, que apostaría a que pocos vecinos de Southampton de su edad y mayores lo hayan hecho.
Él mismo fue a clase, toda la vida, con 7 de los aproximadamente 40 niños de su escuela que perdieron a un padre o a un hermano. Zarparon 2223 personas a bordo del Royal Mail Steamship Titanic. Murieron 1514.
Luego está el tema del honor, de la vergüenza. Ese bien entendido, o no, sentido del orgullo aplastado, porque hasta la fecha eran considerados unos navegantes invencibles y quedaron manchados por una nebulosa de culpas sobre la responsabilidad real que tuvo la tripulación, especialmente el capitán, en el asunto, y por qué aquel hombre de 62 años, con más de 30 de servicio se encontraba cenando en una fiesta en primera clase a pesar de los repetidos avisos de icebergs en el trayecto
¿Por qué no varió su rumbo o aminoró la marcha? La presión que había sobre el buque invencible era demasiada y el capitán nunca volvió a tierra para poder aclarar lo sucedido.
Yo ya había visitado hace años, en Londres, una exposición con una reconstrucción exacta de algunos camarotes y parte del salón del Titanic, elaborada con piezas reales que habían ido rescatando del barco hundido, y la sensación de dolor al pasear entre aquellos muebles y cortinas, era muy grande.
Después de la conversación con el taxista, tuve claro por qué esa exposición estaba en Londres y no aquí…
El Titanic Memorial es en realidad un monumento a los tripulantes que “resistieron como hombres, y mostraron al resto su concepto del deber y el heroísmo, permaneciendo en sus puestos.” Sin embargo, y esto no habría sido posible sin el taxista, porque no aparece en los mapas, muy cerca de allí, tan sólo cruzando la calle hay otro modesto monumento homenaje a otros que también mostraron al mundo una gran heroicidad permaneciendo en sus puestos hasta el final: los músicos.
Si Brian Weiss tiene razón (que la tiene), están aquí de nuevo, quizá no en este parque o en estos muelles, pero cerca los unos de los otros. Algunos cubiertos de profundas penas, temor a los barcos, al agua o al frío más profundo; otros con talento innato hacia la música pero, sobre todo… andan buscando, sin ser conscientes, a las personas que amaron y perdieron hace 100 años.