Icono del sitio otro Post Data

postales de Londres

Te encuentras sentado en un aeropuerto, con la maleta por fin desparramada en una butaca y esas horas, ese último té antes del embarque, te dan para pensar y sentir muchas cosas…

Me gusta Inglaterra. Me choca, me parece hortera, fría y oscura a ratos, pero me gusta. No entiendo a muchos ingleses (me da verdadera pena el tipo de turista inglés que nos visita), pero, me gusta.

He estado en Londres bastantes veces, ¿diez? Quizá alguna más y obvio ¡es porque es una ciudad que me encanta!
También he viajado, en breves excursiones a otras ciudades de alrededor, como Luton o Yorkshire y este viaje a Southampton que ahora termina, pero en Londres me desenvuelvo con relativa comodidad y me sucede ese fenómeno extraño de, cuando te encuentras frente a frente con la posibilidad de descubrir un lugar nuevo, o a pesar de mi voraz curiosidad y afán de aventura, pasear nuevamente por un lugar ya conocido, y si se trata de Londres, me decanto para mi sorpresa por esta segunda opción.
No me he cansado de Londres, como no me he cansado de Madrid ni veo el momento en que pueda cansarme India y sin embargo hay lugares a los que volver o no, me trae completamente sin cuidado.
Una de las cosas que me cautivara de la city, sobre todo al principio, allá por los 90, era aquella mezcolanza de razas y culturas, que lo hacía un lugar tan cosmopolita y colorido.
Pensaba, ya veis, que qué maravilla, que algún día el mundo sería así: una mezcla de todas las razas que convivirían con respeto… Nada más lejos de la realidad, aquí y en cualquier otro lugar que haya visitado.
Pasear por un mercado de frutas y encontrar una británica sonrosada con pamela y un caniche; ver aquellas musulmanas arrastrando a un niño de cada mano mientras empujaban un carrito de bebé; negros de tantos tonos y orígenes distintos con rastas y gorras de hip hop entre bobbies (policías londinenses) rubios caminando a paso firme por delante de chinos en cuclillas esperando en la parada del autobús.
Todos, todos a la vez, tomando un té y un curry, un fish and chips o un pato a la naranja y yo, era feliz sólo paseando, mirando y oliendo y después, por descontado, probando algo nuevo de esos lugares exactos que regentaba cada representante de esas culturas.
Después estaba el teatro. Más adelante, se fue abriendo paso Madrid y Barcelona, pero en los 90, para ir al teatro, de verdad, para ver musicales, de verdad, y con esto quiero decir todos los días de la semana excepto el sagrado día de descanso que es el lunes y tener que elegir entre una lista mucho más amplia y dejar en el tintero infinitas obras para el siguiente viaje.
Si querías ver y vivir así el teatro, tenías que ir a Broadway o, mucho más cerca: a Londres. Cats, The phantom of the Opera, Starlight Express, Les Miserables… en aquellos teatros fastuosos de lámparas de cristal y butacas de terciopelo en los que podías sin embargo comer helado. Tantos años después y me descubro tarareando Memories
Ese es mi estado natural, ese ¡viajando! Hacerlo con alguien o, totalmente indiferente, hacerlo sola. Caminar, parar cuando estoy cansada o me apetece un té bien caliente entre las manos, probar aquel pastel, el grande, con chocolate y manzana y crema y almendras.
Entrar en un museo, en una librería o en un parque. Tomar un bus o un tren a cualquier sitio (anda que no me ha pasado que me hagan bajar porque ha llegado al fin de trayecto y termina su ruta y me vuelvo loca buscando el modo de volver mientras me río de mis locuras) y esa maravilla de hablar con un desconocido con el que simplemente te cruzas y una sonrisa te conecta y a lo mejor también varía sus planes para prolongar esa conversación con esta rara extranjera.
Ese es mi estado natural, ese ¡viajando! Si yo no tengo otros caprichos caros y este, en proporción a todo lo que me ofrece a cambio, no me lo parece en absoluto y mi cabecita inquieta me preguntaba mientras esperaba el embarque: “¿cuándo fue la última vez que viniste?”
Eso sí fui capaz de recordarlo: en julio de 2007. “Vale – continuaba mi cabecita- has ido a otros sitios mientras, pero ¿5 años? ¿Cómo no has vuelto en 5 años?”
Y la respuesta es que ha sido la necesidad de apretarme y apretarme y volverme a apretar el cinturón lo que no me ha dejado volver. No han sido la falta de ganas, o de tiempo, sino la de dinero Y ahí mi cabecita, que mira que es lista cuando se pone, me metió una colleja: “¡que no hay derecho!”
Y antes de que nadie piense que no tengo motivos de quejarme, si además he viajado ya todo lo que cuento sólo en estas líneas (y en tropocientas otras líneas de otros tropocientos posts).
Pero es que ese “ya”, no me vale… No me vale que haya quién este peor, en paro, sin lo más básico para comer o desahuciados. Hay concursos en los que no deberíamos participar ninguno. Y aún quiero ir mucho más lejos. Estoy cansada de que haya quien se justifica o hasta se disculpe “porque es que… tiene trabajo”.
Estoy cansada de quienes dicen “tú tienes suerte, tienes trabajo”.
El trabajo, las herramientas para conseguir con nuestro talento y nuestro esfuerzo físico lo que nos proporcione lo necesario para vivir con dignidad, no es “una suerte”. No es un favor, no es un regalo: es un derecho innato y dentro de estos alimentos básicos a los que nos tiene que permitir acceder nuestra labor al mundo. Que no se equivoquen nuestros políticos. Por favor, que no nos ninguneen: están la educación y la cultura y el poder viajar, que es también una gran fuente de cultura.
Por favor, que nadie piense que estoy enfadada (al menos no con el mundo, si a mí el mundo me gusta mucho), es que quiero que todos: tú y tú y tú y… también yo, viajemos mucho y mientras, por favor, aceptad estas breves nostalgias a modo de postales de Londres.

Entradas relacionadas:

Salir de la versión móvil