
Me sigue gustando (mucho) la ropa tendida en los balcones. Sobre todo, aquella en que ves que hay un sistema estudiado: aquí las sábanas, aquí la ropa interior, aquí los calcetines.

Me sigue gustando las bolsas de basura perfectamente cerradas en los portales de las fincas sin necesidad de cubos.
Me sigue gustando ¡me encanta! El olor a tortilla de patatas cocinándose que sale de las ventanas. Y las neveras con tuppers que se aprovecharán mañana. Y la luz tililante de los televisores que proyectan un partido al otro lado de las cortinas. Y las abuelas en bata, y también con rulos, que riegan las macetas y que se asoman una y otra vez a asegurarse de que todo queda cerrado.
Y los padres que fingen dormir pero no pegan ojo hasta que los hijos han vuelto a casa. Y el frutero que te fía. Y el del quiosco que te saluda. Y el viejo que lee el diario en un banco de la plaza, al sol de otro día.
Y los niños que juegan a la pelota (en lugar de a una consola) ¡y rompen algo! Y piden perdón, pero escapan.