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una ibicenca en Ibiza

Soy una ibicenca, pero no como otras que hayas podido conocer; ibicencas en Ibiza. No. Yo soy una ibicenca del mundo ¡me encanta presentarme así! Pero aunque nunca he sido capaz de verme como uno de esos de mis muchos paisanos que echan raíces para no moverse jamás, la verdad es que la isla tiene como un resorte, como un muelle que te trae de vuelta no importa el impulso que hayas tomado en cualquier otra dirección. 

De algún modo, la isla y yo somos viejas conocidas; como parientes… ¿recordáis aquello que dicen de que los amigos (y las parejas) las escoges, pero los parientes son los que te tocan? Pues la cuestión es que a los amigos los puedes mandar a la mierda y desaparecen tan pronto como vinieron y en cambio a los parientes, los tratas siempre con mucha más paciencia. Esa paciencia me la demuestra a mí la isla y caray, también yo a ella cada vez que vuelvo en alguna de mis visitas regulares en  la que siempre, siempre encuentro algún reproche que hacerle, “¿cómo has podido dejarte construir así?“
Mis visitas están repartidas básicamente en dos categorías: los susodichos y muchos, muchos parientes y el trabajo. Los asuntos del negocio en cuestión pueden ser variables pero el ocio y la familia, son absolutamente inevitables. Levantas una piedra y ahí está sonriendo puntualmente alguien de la basta saga de los C’an Soldat* a los que pertenezco y creedme, de algún modo, se nos nota hasta al caminar.
Ha sido la tentativa de una oferta de empleo lo que me ha llevado allí estos días. La tercera en realidad, en pocos meses aunque por dos veces no me he dejado convencer. Pero insiste, insiste, como si la isla estuviera empeñada en recoger a todos sus hijos desperdigados, “¿y por qué no?” Pienso para mis adentros mientras surco esas horrorosas carreteras que cruzan rectas y artificiales unos campos que sí reconozco: montículos de tierra que dibujan jorobas en el horizonte, llenos de pinos, sabinas, olivos, almendros, parras y chumberas. “¿Y por qué no?” Vuelvo a pensar cuando me cruzo con una lagartija que reconozco de cuando era niña y tal como se vuelve hacia mí casi juraría que también me reconoce a mí y si la miro de cerca podría leer en sus labios “¿y por qué no?”
“¿Y por qué no?” Me pregunto y rápidamente me contesto “ vale pero ¿y por qué sí?” Si sé que en el pasado me ha dado tanta pereza encontrarme conocidos en cada esquina. No tengo nada ni nadie de quien esconderme, pero de vez en cuando, yo, que soy un animal social (imaginaos que además de Contadora de Historias soy Relaciones Públicas), necesito el anonimato y el silencio y curiosamente, la isla de la paz, la isla de la calma, a mí, me agota un poco… 
También me recuerdo lo que me desesperaba cruzarme con víctimas de la apatía. En Ibiza mucha gente trabaja por temporada: antaño de seis meses, pero ahora con suerte rondando los cuatro, y el resto del largo invierno, no hacen nada, nada, nada y no sólo me ha resultado imposible en toda mi vida ponerlo en práctica; es que además, me desespera el simple hecho de tenerlo enfrente, pero ahora, esta apatía se está apoderando merecidamente de todo el país.
¿Y lo de los proyectos? Ay, los proyectos, los proyectos… esos fueron, como el amor,  el motor que me movió siempre, ¿cómo ponerle límites? Si eran interesantes pero… ¡en Tokio! Pues mejor: de paso conocíamos Tokio.
“¿Y por qué no?” Me pregunto mientras paseo indistintamente por las callejuelas encaladas de Dalt Vila o por los caballones de patatas y calabacines del huerto de mis padres y ahí descubro, ¡tonta de mí! Que no era yo sino Ibiza quien me preguntaba una y otra vez que porqué no volvía aunque fuera un poco a casa. La miro frente a frente y la siento pidiéndome algo, no sé qué, no sé aún porqué, pero sí sé que quiere que me quede un tiempo y creo, creo… que lo haré. ¿Y tú, vendrás a visitarnos?
*Las familias ibicencas se definen en sus orígenes por las casas a las que pertenecían. Muchas de ellas (como la mía) esconden una fantástica historia. En Ibiza, Fulanito no es sólo Fulanito Costa, Ribas, Tur, Marí o Planells, sino que además llevo consigo siempre la coletilla «soy de C’an… on sigui» y ese C’an es lo que te acaba definiendo y nutre las conversaciones y aumenta las historias porque resulta y sino haz la prueba, que te contestarán «Pues yo conocí a tu abuelo» o, «Tu bisabuelo hizo la mili con el mío» o «mi abuela me contó que una vez le ganó tu abuelo a un primo segundo nuestro de Santa Gertrudis un burro en una partida de cartas». Ibiza es así…
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