He vuelto a tener un largo debate con alguien a quien quiero mucho sobre las estrellas. No aquellas que brillan allá en lo alto y de vez en cuando caen solo para concedernos deseos, no. Sobre las que traemos (o no) como un pan bajo el brazo.
Uno de los dos, con mil ejemplos en el día a día, argumenta que en este mundo los hay que nacen con estrella y otros, estrellados. Así de simple y, quizá, vaya uno a saber… Así de injusto.
El otro, con un punto de vista contrapuesto, defiende que existe eso que algunos llaman «suerte», vaya que sí, pero que las estrellas (más si cabe las propias) están en manos de uno construírselas.
Y mientras el uno reparte ejemplos de personas menos dignas de estrella que las lucen con descaro sobre las alfombras rojas, el otro solo los ve como ejemplos claros de que las estrellas van y vienen, que están para uno siempre y cuando esté atento y preparado, porque si no, es cuando estos extraterrestres que venían detrás, con las miradas puestas en el cielo, se las llevan.
Es una discusión absurda de todas todas. No porque ninguno seamos astrónomos expertos en la materia azul. No por lo larga. No por lo reincidente ni, tampoco, por la dificultad de encontrar puntos en común, no… ¿Sabéis por qué? ¡Porque ambos tenemos razón! De una manera rotunda, ecuánime. Tanto si crees en las estrellas, como si no… Estás en lo cierto.
Uno confirmará día a día con datos y ejemplos en los titulares de prensa como otros, cada vez más, como una plaga, lucen estrellas que yo no.
El otro, a saber si llegue a la luna, a Venus, o a Marte… Pero seguirá viendo entre las sábanas estrellas que lo impulsan a levantarse cada mañana.
Y en la imagen, una preciosa puerta del casco antiguo palmesano. Parece obvio que la traigo por las estrellas (porque estas son solo una muestra, tenía para dar y regalar), pero la traigo porque lo que me tiene enamorada, entre muchas estrellas doradas, es una gran muesca en la madera. Una tara, que alguien con cariño y mimo trabajó para salvarla en lugar de condenarla y me parece, de verdad que me parece, que las estrellas brillan orgullosas solo porque escoltan una cicatriz.