
El final de mi preciosa abuela Catalina vino precedido por dos fantasmas: primero, fue el miedo a quedarse sola. No era una soledad aquella de falta de alguien al lado, que sus numerosos hijos y nietos, así como decenas de personas que por méritos propios la querían, buscábamos su compañía tanto como podíamos. Era la soledad de que «los suyos», refiriéndose a su generación, se estaban yendo. Ya prácticamente todos se habían […]