En las últimas 24 horas he presenciado cosas asombrosas y estos músicos descansando en la pausa de una boda son solo una.
El pobre Luis, mi ex compi de apartamento ha tenido que dejarlo después de que yo lo dejara, porque no podía hacerse cargo él solo. Así que la mañana arrancó ayudándole en una mudanza «made in India» y esto es, atando colchones y muebles en lo alto de un rickshaw mientras él iba dentro tratando de sujetar bolsas de cacharros.
Después, sin embargo, esa escena quedó en nada mientras trataba de encontrar «algo» que me sirviera para cancelar las tomas de agua de donde, hasta entonces, teníamos un termo (soy siempre la MacGyver donde quiera que voy). Ir preguntando por ese universo de hombres (solo hombres, siempre hombres) que se agolpan en chiringuitos mugrientos y en lugar de «trabajar», beben chai y no hablan más que hindi, ha sido un reto. Ya muchos de mis amigos en España se volverían locos si les pido llaves de tubo o cinta de teflón, pero con buena mímica y un objetivo claro, vaya que lo he conseguido.
Entonces, al salir de «lo que no es Leroy Merlín» ha parado frente a mí un rickshaw. Lleno, literalmente, hasta los topes. Como diez hombres dentro hechos un nudo imposible de deshacer, y arriba, atado con cuerdas, un cadáver.
Lo había visto alguna vez en un Land Rover, pero ¿en un rickshaw? Ha sido mi primera vez. Iban camino del Ganges.
Normalmente el recorrido lo hacen a pie. Cargan el cadáver sobre una camilla de bambú y van corriendo con un muerto rebotando mientras gritan mantras para ayudar al Espíritu a encontrar el camino. Cuando vienen de muy lejos, sólo recorren entre gritos y rebotes la última parte del camino. Es ver esta escena, una y otra vez, y no puedo evitar acordarme de mi padre ¡ay, mi padre, si lo hubiéramos zarandeado aunque fuera un poco! Se hubiera despertado de cualquier más allá habido o por haber y nos habría crujido a gritos a todos, pero… esto es India.