La de veces que he oído las mismas preguntas: «¿Viajas sola? ¿De verdad viajas sola? ¿No te da miedo? ¿No te aburres? Pero… ¿sola?» Y la respuesta es siempre la misma: «Sola, sí, pero no, nunca sola.
Voy sola, pero en el camino siempre siempre conoces gente.
A veces compartes con ellos un trayecto en tren y como todo te da lo mismo y la vida es así de caprichosa, os confesáis algo muy íntimo. Luego te das cuenta de que ni siquiera os habéis dicho vuestros nombres…
Otras, sigues improvisando y compartes más de aquel viaje, o volvéis a encontraros (porque los caminos de los viajes son madejas que se cruzan a menudo) y muchas veces, ganas un amigo para siempre.»
Y este apenas un mes en Varanasi está dando para conocer AMIGOS (sí, ya amigos) que sé que conservaré en Madrid y nos reiremos recordando anécdotas difíciles de entender para alguien ajeno al aroma a curry y a la mierda de vaca.
Así que, se van, pero nos queda la inmensa alegría de habernos conocido y, aún así, ¡me dejan regalos que es todo un esfuerzo no llorar!
Aún no recuperada de la marcha de «los Joaquines», que vinieron para dos días pero decidieron quedarse y hasta perder los billetes que ya tenían comprados «porque preferían escuchar mis historias» y ahora, Salva y Anna, que son para quererles hasta decir basta, se marchan, pero antes me dejan el precioso regalo de esta carta.
Os va a ir estupendamente en la vida. Si sobrevivisteis una sola noche en aquella habitación llena de muertos, podéis con todo. No se me ocurre una mejor forma de haberos conocido… Fins aviat!!!