Lloro todos los días. Tampoco penséis que soy una pirada. No me refiero a «todos todos», sino a todos desde hace veintitrés días. Bueno, sí, los voy contando, pero no como las piradas, sino como los cuentan las lloronas normales. Tampoco lloro todo el día, ¡apañados estábamos! Sino que me he hecho una profesional del llorar: miro la hora y sé si me va a dar tiempo antes de la cita o el evento siguiente y, si no me da tiempo, lo pospongo. Una campeona.
Tampoco os pongáis ahora en modo preocupado, porque estoy estupendamente. Soy una tipa feliz, completamente feliz, con una vida alucinante, pero se me han concentrado un par de cosas que me han desmontado el mundo como lo conocía, como sientes por dentro que «tenía sentido» y se junta a que tiran de mí por muchos sitios, que quiero a mucha gente a la que tampoco le salen las cosas como deberían y eso, concentrado en poco tiempo y bueno, en lugar de darme a las drogas, pues lloro.
Hace poco veía una obra de teatro que os recomiendo a todos: La Pilarcita (mira tú qué casualidad…) y una de las protagonistas le cuenta a la otra que llora, que le sienta muy bien y que llora por llorar e, incluso, a veces para dormirse va y llora. Pues eso.
La cuestión es que, ahora, en Ibiza ¡con todo lo que tengo que hacer! Llorar sin que se me note alguna vez es más complicado y mi prima es mi cómplice perfecta. Si le hago un gesto de que salgo a fumar (yo, que no he fumado en mi vida), en lugar de delatarme, me cubre y como a alguien se le ocurriese preguntar qué hago yo fumando (que no he fumado en mi vida), ella, que la pillamos bastante, pero que bastante mosqueada con lo que viene siendo el mundo en general y algunos de sus habitantes en particular, seguro que monta un pollo y grita que fumo lo que me sale de… donde sea que pueda salir lo que los fumadores fuman, antes de confesar que no es verdad, que fijo que ando llorando por las esquinas. Buena es ella. Buena soy yo.
Y esta mañana que he madrugado mogollón porque he aprovechado ese fenómeno extraño de que no quede un ser humano en Madrid pero la Dirección General de Tráfico esté llena y en cambio en Ibiza, que no cabe un guiri más, que os lo juro, que da igual que tengáis billete comprado ¡quedaos en vuestras casas que no podréis caminar! y sin embargo, la Dirección General de Tráfico tenía citas disponibles para sacarme el carnet internacional por aquello de que me voy por el mundo, ¿recordáis? Y, para compensar que ayer me hice unas fotos de esas que sales fea, pero fea, fea, fea… que no me presentaría a ninguno de mis hermanos (y eso que fui previsora y le dije a mi prima: «me voy a llorar un rato o fijo que salgo llorando cuando me hagan las fotos de carnet»). Bueno, que para compensar el estropicio, me he ido a Tráfico temprano pero divina de la muerte. Tacones y todo. Que daba gusto verme por las calles de Ibiza, subiendo la media entre tanto guiri resacoso que debería haberse quedado en su casa porque aquí, no cabe.
Y salgo con mi carnet internacional, que no es un carnet en absoluto sino mucho más parecido a un libro de vacunas, con muchas, muchas páginas que espero que despisten y nadie se fije en la fea de la foto grapada de la última página cuando, me ha llegado el arrebato y me he puesto a llorar. Allí mismo, en una plaza en tierra de nadie y, como cuando lloro me implico, hasta me he sentado en el suelo en un rincón apoyada en un murete a llorar y llorar hasta quedarme seca donde apenas nadie pudiera verme. Lo que pasa es que alguien, alguien… siempre me ve. Y me consta que doy pena y hay gente que es de empatizar y en nada se ha acercado un guapo guapísimo a interrumpir mi llanto. Bueno, a hacerme desde toda su belleza (multiplicada al infinito con ese gesto de ternura) una pregunta retórica la mar de indicada para romper el hielo en esos casos:
-¿Estás bien?
-Sí, gracias, gracias. Estoy bien. Sólo lloro. -Y añado- Lloro aquí para no llorar en casa.
Como no le he mentido, poco más nos quedaba por decir, pero se ha puesto en cuclillas para mirar dentro de mis ojos más de cerca y, ante tanta ternura, sólo he sido capaz de poner mi mano en su mejilla. Me ha sonreído. Le he sonreído. Y ya. Me he marchado, diciéndole adiós con la mano, con mis lágrimas a otra parte.
Enseguida me he arrepentido. Podría haberle dado conversación. Haberle invitado a un carajillo de hierbas ibicencas. Pedirle el teléfono porque servidora se va en dos días, pero igual mi prima llora alguna vez y caray que este hombre era el indicado para calmarle cualquier pena. Pero soy así, ante cualquier estímulo visual en forma de macizo tierno, yo, en lugar de un número de teléfono, huyo rauda y veloz y me llevo una historia. En seguida comprobaréis que, a veces, la vida no se conforma.
Llego a casa de mi prima porque nos íbamos a la playa con todas sus hijas (que son muchísimas) y cambio mi vestidazo y mis tacones por un mini bikini y un mini pareo de colores. Yo soy discreta a más no poder y el protocolo en el vestir lo llevo como una insignia de mi persona y en concreto este pareo difícilmente lo habría elegido, pero me lo trajo Isa de Vanuatu, un país del que desconocía la existencia antes de que llegara su nombre grabado entre orquídeas de colores de fuego escrito en medio de la finísima tela de un pareo. Es un archipiélago esparcido entre Australia y Nueva Caledonia. Ahí no más. Y desde hace bastante, pero que bastante, priorizo el usar pocas cosas, pero que tienen significado y ése, se ha convertido en mi pareo oficial. Y es ideal para ir a la playa, pero desde luego no es un atuendo con el que pasearía por ciudad alguna. Pero una cosa ha llevado a la otra y una amiga me ha llamado para tomar ya, venga va, un algo rapidito y, en lo que mi prima y su montón de hijas se arreglaban, he recorrido Ibiza muy poco vestida y, lo poco, además, de colorines. Por supuestísimo, a cuanta menos ropa lleves encima, mayores son las posibilidades de encontrarte conocidos por la calle:
-¿Qué haces aquí? ¡Estás estupenda!
Y no puedo más que darles la razón porque el pareo discreto no es, pero no tiene ni trampa ni cartón. Lo que hay es lo que hay.
Mi amiga, después de los tés, tenía que hacer un par de gestiones: ir al Registro de la Propiedad y otros paripés y, ¿qué iba a hacer yo? Pues por supuesto, «ya que estábamos» con esas pintas y todo, la he acompañado. Ibiza es un pañuelo.
-¿Qué haces aquí? ¡Estás estupenda!
-Que sí, que sí. Yo también me alegro mucho de veros a todos.
Aparece mi prima, sus hijas, me despido y nos vamos a la playa. Comemos, nado, duermo y también lloro en un mínimo rato en que creo que estoy sola. Aparece mi prima por la espalda y, como me conoce y me quiere, simplemente dice:
-No te quedes a medias. Si lloras, llóralo todo.
Nos volvemos ya con el sol poniéndose para la ciudad y en el camino una amiga me llama para tomar ya, venga va, un algo rapidito y yo le explico que voy medio desnuda y además llena de sal y de arena y con el pelo de loca y me dice que estupendo y que dónde me recoge. Y «ya que estábamos», pues así hemos ido a esas horas en que el resto de los mortales empiezan a resurgir bronceados, recién duchados, oliendo a jabón, after sun y perfumes y yo esquivándolos para que no se me quedaran pegados al salitre de mi cuerpo. Una cosa ha llevado a la otra y dice de irnos a cenar, venga va y por qué no. Será la ausencia de lágrimas que te hace perder toda la dignidad, pero no he encontrado ni un solo «por qué», más allá de que fuera algún lugar en Ibiza, en agosto, donde me dejaran entrar con ese aspecto.
Cenamos, bebemos y arreglamos el mundo entre decenas de personas impecablemente vestidas y en lugar de llorar, reímos, reímos mucho y entre risas, de repente me hace un gesto:
-No te gires, pero hay un guapo guapísimo que no te quita el ojo de encima.
-Pues debe ser pescador -pienso yo- porque huelo como sardinas en descomposición y tengo el pelo como un pulpo alborotado.
Pero no. Ya nos estábamos marchando cuando se acerca el guapo tierno de esta mañana. Viene directo hacia mí, me dice con una voz que suena como deben sonar los coros celestiales que «se alegra mucho de verme». Como única respuesta, pongo mi mano ahora llena de sal en su mejilla y de repente, me abraza, nos quedamos abrazados un instante con lo que además de guapo y tierno, me constata que el tipo es un valiente. Antes de que pueda decir nada, me calzo un movimiento rápido, le esquivo sin mirarle, diciéndole adiós con la mano y me marcho con mi amiga que me pregunta emocionada:
-¿Pero quién es, quién es?
Y yo le contesto la verdad:
-No le conozco de nada.
Joder Pilar, como se echaban de menos esos relatos tuyos de un día cotidiano, llenos de subidas y bajadas y sobre todo SENTIMIENTOS. Uno siente al leerte que está ahí acompañándote y hasta abrazándote en un restaurante.
Siento mucho que llores pero si tus llantos van acompañados de historias así… Gracias por llorar de vez en cuando.
Prometo llorar de vez en cuando e incluso más. Soy llorona, me emociono con facilidad, lloro de risa, lloro haciendo el amor (igual esto es demasiada información)… Es decir, que mis lágrimas tienen muchísimos más motivos que la tristeza. Te lo juro.
Muchas gracias por «tu abrazo en un restaurante» y por echar de menos esos cotidianos y raros relatos míos. Quédate cerca (por favor, por favor) que prometo y amenazo con muchos más.
Que historia más bonita, Pilar!!!
Que bueno es llorar algunas veces, descansa el espíritu, el alma, el cuerpo… como tú dices es el cigarrillo de los no fumadores. Sigue poniendote ese súper mini bikini y ese pequeño pareo y pondrás patas arriba Ibiza, aunque no lo pretendas. Verás a gente que también quiere y necesita llorar.
Lo hago. De hecho, creo que de alguna forma será lo que lleve puesto también cuando me vaya a Palma (aunque lleve otra cosa).
Eres un bombón. Es TAN MARAVILLOSO saberte ahí, del otro lado…