Las serpientes buenas


Yo le amaba cada vez que inhalaba aire; le amaba cada vez que exhalaba e incluso cuando sumergida debajo del agua, no hacía ni lo uno ni lo otro. No fue falta de amor. No.

 

Mago de Oz, otro Post Data

 

El primer aviso llegó sin que nos diéramos cuenta. Hace mucho, mucho tiempo, cuando paseábamos de la mano románticamente por el malecón de un lejano país. Caía la tarde y la luz se iba haciendo más incierta cuando de repente, apareció una serpiente por entre las rocas. Entonces mi amado, del sobresalto me apretó fuertemente del brazo, para luego soltarme y echó a correr.

Entiendo que las serpientes son animales con los que cuesta razonar. Además no es tarea fácil predecir sus movimientos, cuál será su velocidad o su trayectoria. Sí, todo eso lo entiendo, pero también entiendo, caray, que a quien quieres no lo abandonas.

Bueno, en un mundo ideal hasta recalcaría que no hay que abandonar a nadie, pero en antropología, el punto de defender y atender hasta el final a quien amas, anda que no llena páginas. Recuerdo haber leído sobre tribus en las que sacrifican a partir del tercer hijo que pueda nacer en cada familia. Antes de que pongamos el grito en el cielo por semejante atrocidad, hemos de tratar de entender sus razones. Saben que cada progenitor sólo puede huir con un único hijo en brazos y no van a invertir sus escasos recursos y tiempo en criar un hijo que muy probablemente acabará muriendo por no poder salvarlo de los muchos peligros que les acechan.

Pero coincide además que tengo de siempre muy, pero que muy claras las cualidades que valoro en un ser humano, especialmente si tengo pensado aparearme con él y son: ser bueno, ser divertido, ser curioso y ser valiente. Sólo eso. Todo eso.

Pero en aquella ocasión, a falta de valor, optamos por tirar de otra cualidad que teníamos ambos a raudales y mis historias de aquella anécdota de la serpiente fueron creciendo impredeciblemente cual los movimientos del reptil y yo empecé a contar lo grande que era la serpiente. A veces ya no era una, sino muchas serpientes, con los colmillos afilados y siempre contaba cómo él, valientemente me tomó en sus brazos (a veces incluso sólo con uno) y me llevó cabalgando hasta depositarme a salvo y con un mojito en la mano.

Después, ya en la civilizada Europa, nuestra relación fue importando otros nuevos miedos. Pequeños, os juro que pequeños, que todo el tiempo que estuvimos juntos no dio para que ni un solo fantasma de tamaño medio nos visitara. Pero esos pequeñitos miedos que no supimos barrer, acabaron llenándonos el corazón de ácaros

Podía ser, por poner un ejemplo (absurdo), una comida en casa de su familia con todos sus parientes puntualmente acompañados por sus legítimas parejas. Al parecer alguien en algún momento podría haberle dejado caer la sugerencia de que la jornada sería más cómoda si, finalmente, yo no iba. Y yo, que mentalmente era capaz de recordar el espacio disponible del comedor familiar y hasta el número de sillas, no entendía dónde podía estar la incomodidad de mi asistencia, pero esa ausencia mía, así, «por prevenir», hacía que cada vez fuera más incómoda la posibilidad de ser invitada a la siguiente.

Por supuesto yo lo consultaba con todas mis amigas y hasta hacíamos simulacros de almuerzos y masticaba con la boca cerrada y usaba la servilleta y todo normal. Como siempre. Y asentían como muestra de aprobación así que, todas juntas (y mojito en mano) llegamos a la conclusión de que en nuestra tribu queremos lo mejor para los miembros de nuestra familia, pero al parecer en ésta, todavía más, y yo daba un aprobado justito.

Pues nada, me armaba de paciencia (y tiraba de la cualidad aquella de ser divertida) y me aplicaba esperando que llegara septiembre. Fue justo aquel año que de agosto pasamos a octubre, ¿lo recordáis? Así que no tuve la oportunidad, pero fijo que nos habríamos llevado muy bien aquella familia y yo. Anda que no soy famosa por mis chistes verdes en la sobremesa…

las serpientes buenas, otro Post Data

Y a aquellos miedos pequeños fueron sumándose otros nuevos (todos una mierda de miedos, creedme). Por cada piedra no apartada del camino aparecía otra y luego otra. Nada que no hubiéramos podido quitar de una patada, os lo juro y también que ¡hubiera valido tanto la pena! Pero venía del trabajo con corbata y una nueva piedra en el maletín y mientras yo le decía: «En serio, ¿otra piedra? Algún día podrías traer flores, para variar», él las iba colocando en montoncitos de cuatro con los que después hacía filas mientras yo, le besaba en la frente y le acercaba un mojito que, de todos es sabido, cura cualquier miedo.

Y entre piedras, fuimos atando cabos: si siempre «es que estaba en medio de todos los conflictos», si «es que nadie nunca le comprendía», si «es que no sabía lo que quería» o «si es que sí sabía lo que quería pero necesitaba tiempo»… ¡si hasta que una media importante de sus frases empezaran por «es que» era en sí una señal! Así que un día de lucidez, queriéndole más que a mi vida le dije: «un momento, un momento… a ver si va a ser que ves serpientes en todas partes, pero esta vez no las hay, sino que las pones tú.»

E hicimos el amor y lloramos y reímos y dijo que sí, ¡que sí! Y después habló el valiente que vivía oculto en su ombligo para decir con voz grave que «lo dejara en sus manos, que iba a arreglarlo todo». Y no es que no confiara yo en sus manos, pero el amor es así de espléndido y le recordé que también, siempre, siempre, podía contar con las mías.

Y lo hizo y fuimos felices y comimos perdices. FIN. ¡Qué no, hombre, que no! Os estaba tomado el pelo… Perdón, estoy hoy que me salgo con mi cualidad aquella de ser divertida…

Retomo la historia:

En realidad la historia se ralentiza porque «pasar, pasar…» ya no pasó nada. Me gustaría incluso deciros que mi amado me dejó, que descubrió que yo no estaba a la altura de su vida y me cambió por alguien mejor, que lo que yo había interpretado como amor, en realidad nunca lo fue, pero qué va. Queriéndome como me quería (y a ratos hasta me parece sentir que aún me quiere), simplemente se fue alejando entre un eco de esques que sonaba cada vez más lejano.

Nada más pasó, excepto el tiempo ése que no para de pasar y mis lectores habituales ya sabéis lo que opino yo del tiempo porque sí, del no vivido (con ganas, con fuerza, con risas).

Y así… ya no lo volví a ver. Como hacía tiempo que había asumido que su familia no era de la mafia, descarté que se hubieran deshecho de él para evitar que osara traer algún día a alguien foráneo a la hora del café. Luego fueron apareciendo aquellos que nos querían a ambos, buscando (éstos sí) protegerme y advirtiéndome de que huyera, que huyera lejos de él.

Pero es que yo no soy muy de huir, que el único miedo que me reconozco formalmente es el miedo a tener miedo y por más que sopesara en la balanza el miedo y el amor, el amor siempre tenía mejores vistas.

Que para mí el amor no es nunca una casualidad y queriéndole como le quería, hombre, cómo iba yo a abandonarle así cuando más miedo tenía… De modo que me quedé ofreciéndole mis brazos para que se agarrara fuerte a mí. No lo hizo, pero creo que no fue él, sino el miedo, que no se lo permitió…

El eco de aquel dolor aún perdura. ¡Por Dios, lo que dolió aprender que las decisiones no son otra cosa que elegir, cada día, entre el amor y el miedo! En las cosas más gigantescas; en las más nimias. Miedo camuflado de camino fácil, de ganar tiempo, de ahorrarte una discusión, pero miedo. Y creedme, que entre el amor y el miedo, siempre, siempre hay que elegir el amor.

Y a ratos aún lo imagino agazapado detrás de muros (de tamaño Lego, pero cada vez más muros). De miedo a defraudar a sus padres, a la desaprobación de sus hermanos, a que sus hijos no le quieran, a pasar la vida en un trabajo que no le gusta, a perder un trabajo que no le gusta, a que el dinero no le alcance, a no vivir de verdad, a vivir de verdad, a decir la verdad, a que le pillen mintiendo, a perder a quien le ama, a que no le amen, a que no suene nunca más el teléfono… Y yo, mierda ¡lo abrazaría! pero ni siquiera levanta la cabeza para mirarme…

Está ahí aterrado viendo como muchas serpientes se acercan por doquier… Ay, si alguien le dijera que estas serpientes son buenas ( y divertidas, curiosas y hasta valientes) y lo único que quieren es preguntarle qué cojones hace ahí.

Jim Carrey, amor o miedo

 


Creo que esta es la tercera vez que publico esta cita, pero es tan importante que recordemos que lo opuesto al amor no es el odio, sino el miedo…

El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente, el miedo ahuyenta el amor. El miedo no sólo expulsa el amor, también la inteligencia, la bondad y todo pensamiento de belleza y verdad, de modo que al final sólo queda la desesperación muda. El miedo llega incluso a expulsar del hombre la humanidad misma.”

Aldous Huxley

 

El León Cobarde es uno de los pintorescos personajes de El mago de Oz, escrita por L. Frank Baum. Contrariamente al tópico que hace del león el «Rey de la selva» y por lo tanto un emblema de coraje y fortaleza, este león es un animal miedoso que espera que la magia le restaure el valor, sin darse cuenta de que lo contiene en su interior.

 

Repasando vocabulario:

Valor: Cualidad o conjunto de cualidades por las que una persona o cosa es apreciada o bien considerada. Determinación para enfrentarse a situaciones arriesgadas o difíciles.

Valorar: Atribuir o determinar el valor de algo o de alguien teniendo en cuenta diversos elementos o juicios. Reconocer o estimar el valor, el mérito o las cualidades de una persona o cosa.

Valiente: Que actúa con valor y determinación ante situaciones arriesgadas o difíciles. 

Miedo: Sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario.

Serpiente: Reptil sin extremidades, de cuerpo muy alargado y estrecho, con la cabeza aplastada, la boca grande y la piel escamosa. También demonio.

 


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Acerca de Pilar Ruiz Costa

Me dedico a la Comunicación y a los eventos desde hace muchos, muchos años. Contadora de historias con todas las herramientas que la tecnología pone a mi alcance.

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8 ideas sobre “Las serpientes buenas

  • Lucía L.

    Me encanta tu manera de escribir sin buenos ni malos si no personas que se equivocan. Como en la vida misma. Aprendemos de nuestros errores. Por desgracia mas de lo que perdemos que de lo que ganamos.

    • Pilar Ruiz Costa Autor

      Gracias, Lucía.

      Me alegro de que te guste mi manera de escribir y que aprecies que, a pesar de que pueda llegar a contar cosas terribles (que no es el caso de esta historia), trato de no juzgar y de que tampoco juzgue el lector.

      Quién no haya sentido jamás miedo, que tire la primera piedra. Yo sí, muchas veces, muchos días. Pero prefiero intentar las cosas. Prefiero (muy a menudo) pedir perdón a pedir permiso. Prefiero que llegue mañana y decirme: «bueno, ¡Lo intenté!» Que preguntarme: «¿qué habría pasado si…?»

      Y lamentablemente, te doy la razón. Creo que aprendemos mucho más de nuestras pérdidas y errores. Qué pena, qué pena…

      Un abrazo y, GRACIAS por estar ahí.

  • Gabi Marcos

    Mi primer impulso al empezar a leer era insultar a ese hombre pero luego leyendo entiendo perfectamente tu ternura y tu necesidad de protegerlo hasta de si mismo y de sus miedos. Asi que lo insulto pero para llamarle tonto por dejar escapar a una mujer como tu.
    Es la primera vez que entro pero con lo que he disfrutado de esta entrada ya puedes contar con que voy a seguir leyendo. Espero leer muy pronto que si volvio y fuistes felices y comisteis perdices.

    • Pilar Ruiz Costa Autor

      Hola, Gabi;

      Perdona el retraso en contestar y, GRACIAS, por querer insultar y por acabar insultando. Creo que en el amor y en la amistad, la sinceridad es necesaria. Yo, de quien me quiere, espero que me diga verdades: que me hagan replantearme las cosas, que me hagan cambiar si estoy equivocada, que me hagan pedir disculpas si me doy cuenta que he herido, que me hagan crecer. Para escuchar lo que quiero, ya me pongo Spotify 😉

      Gracias por haber entrado por aquí y por favor, por favor… que la primera vez no sea la única 🙂

  • Cristina

    Pilar, no te imaginas el dolor que he sentido leyéndote a pesar de todas tus bromas. Es que soy romántica incurable pero no me lo creo. No me creo que las historias de amor no tengan un final feliz y alguien las deje escapar como dices, POR PIEDRAS!!!
    Seguro que te sobran los hombres que amansarían serpientes con tal de tenerte de pareja.
    QUE ALEGRIA VOLVER A LEERTE!!! Estabas perdida porque te tenían secuestrada entre muros de piedras?

    • Pilar Ruiz Costa Autor

      Hola, Cristina;

      Pues me tocaría decirte que «lo siento», pero sería faltar a la verdad. Me alegro mucho de saber que soy transparente «a pesar de todas mis bromas» y ha sido un post muy, muy duro para mí.

      No estaba secuestrada (¿quién iba a pagar rescate por mí?), sino perdida sí, en otros cúmulos de cosas, pero la mayoría buenas (qué suerte).

      Gracias. Gracias por leerme y por tus palabras. Muchas gracias y por favor, sigue siendo romántica. No te cures nunca de eso.

  • Andrés J. Suárez

    Lo siento por él, Pilar. Estará agazapado y no te va a arrancar de la cabeza y del corazón en la vida y eso es lo mismo que vivir una vida miserable. Lo siento por él

    • Pilar Ruiz Costa Autor

      Gracias, Andrés. ¿Agazapado? Sí, supongo que a ratos, pero todos nos agazapamos en algún momento y nos quedamos hasta que nos da una bofetada de la vida a modo de resorte que nos hace reaccionar (qué suerte). Y no, de verdad creo no me arrancó de su cabeza y de su corazón. Creo, siento, que siempre me guardó un rinconcito…

      Hablando de cosas (aún más) importantes: bienvenido a este blog, vuelve cuando quieras, quédate a vivir.