
Crecí con un crucifijo en el cabecero de la cama. Me horrorizaba. Pero ni mis argumentos ni súplicas por quitarlo lograron dirimir el «porque lo digo yo y punto» y en los resquicios de aquel acuerdo unilateral solo logré que compartiera espacio en la pared con un póster de los Hombres G. La sonrisa de los mozuelos del jersey a rayas apenas amortiguaba aquella combinación atroz de dolor, sangre y espinas que […]