Medito todos los días. También hago retiros o, sola y en casa, hago «pausas» de este mundo súper conectado: redes sociales, televisión, teléfono, y me quedo en silencio durante uno o varios días. Ni una palabra.
Trato de conocer y acercar conceptos como religión y espiritualidad, la vida y la muerte, el AMOR… tan dispares alrededor del mundo.
Y soy de esas piradas que viajan para abrazar los árboles más antiguos y más grandes del planeta, o piedras de los chakras y, como veis, me pirran los templos como las iglesias y en ellos siento concentrado el amor y la fe de miles de personas que estuvieron antes que yo (aún puedo recordar vívidamente la sensación de las paredes de Notre Dame en la palma de mi mano y me estremezco).
Y tengo pendientes mil aventuras como un Vipassana en India o cruzar el desierto de San Luis con los huicholes.
Y porque desde el respeto he escuchado, me permito opinar y hasta hacer bromas sobre quienes, en nombre de la fe, se fustigan, ayunan o son célibes y sobre esos lugares donde se veneran bichos y otras rarezas y aún más, sobre aquellos en los que me he tenido que quedar a las puertas, no por mis creencias, sino porque soy mujer. Porque creo que, como medito, me he ganado el derecho a hacerlo.
Y también tengo pendiente de hace mucho, desde el humor, redactar un Manual de meditación para «dummies» (que qué bien suena «dummie» y qué mal «imbécil» ¿verdad?).
Porque soy una gran defensora de la instrospección, del silencio, de la pausa, del aquí y ahora, del aprender a escuchar a tu cuerpo (que no sabéis la de ventajas que conlleva) de aprender a escuchar al de los demás y después, al aire, a los árboles, a las piedras (que luego acabas prefiriendo la compañía de las piedras a la de muchas personas).. y que todo esté mejunje, creedme, se resume en que, no importa cuál sea la pregunta, el AMOR es la respuesta.