La última vez que hablé con David Callau Gené hará apenas dos meses, pero parece que fuera otra vida. Yo estaba en Auschwitz y él andaba por Bangkok, cada loco con su tema; yo sintiendo cosas para transmutar en palabras y él, sin lugar a dudas, plasmando vivencias en grandes y coloridos murales. Desde que aterrizara –más o menos– en Madrid, donde abrió una galería en el prestigioso barrio de Salamanca: ‘Desearte’, donde se ubica su estudio, me va invitando a inauguraciones y por Dios que trato de no perderme ninguna. No he visto a ningún artista que se maneje como él, no solo en el arte de pintar, sino en el de pintar en directo y esos eventos suyos destilan performances con música, actores convertidos en personajes de cuentos y muchísima pintura. Alterno las amigas que me acompañan y quedan siempre por igual, anonadadas. Va y resulta que el arte no es un rollo ni tampoco asunto de intelectuales.
Hace años que me meto con él –desde todo el cariño que por él albergo– porque no importa que vayamos a un restaurante de lujo, no le conozco las manos limpias. Todo él es, de una manera literal, de colores.
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