Pues una cosa ha llevado a la otra y he acabado vagando por las calles de Carabanchel en lo que espero que el mecánico ponga a punto mi coche. Reconozco que miraba a mi alrededor con bastante desánimo mientras esperaba que Maps me llevara a alguna plaza tranquila en la que esperar leyendo.
Esta no, esta tampoco, cuando para mi sorpresa, me topo con un cartel que reza (y que bien queda el verbo aquí) «Cementerio Británico». Creo que he exclamado un largo «¡Quééé!» En voz alta y me he ido allí con más ímpetu que si pusiera: «masajes de pies gratis».
Resulta que allá por 1796 el gobierno británico compró un terreno originalmente junto a la Plaza Colón para poder dar santa sepultura a los muchos residentes, ya que, al no ser católicos, no se les permitía descansar en paz en los sacros cementerios españoles.
El crecimiento de la ciudad hizo que el gobierno español aconsejara una nueva ubicación, dejándose la del centro para la Embajada Británica. Pero también presionó para que estos funerales no católicos se hiciesen «sin culto, ritual, pompa, ni publicidad», pero los británicos hicieron caso omiso (faltaría más) que la prensa se hacía eco incluso de un «enterramiento en el que participó ‘una carroza fúnebre de cuatro caballos, seguida de ocho carruajes’.» Por suerte, estos británicos de antes del Brexit fueron mucho más abiertos que mis compatriotas y permitieron que en el pequeño cementerio reposen, junto a Lordes, Condes, Barones y nobles varios, los restos de hasta 43 nacionalidades distintas y, oh my God, incluso incluso… judíos y musulmanes.
Apuesto a que, sea de donde sea «el Dios bueno», este cementerio está más cerca del Cielo.
Mínimo, íntimo, bastante necesitado de chapa y pintura y absolutamente rodeado de balcones de fincas todas iguales que, estoy convencida viendo los alrededores, son los de mejores vistas.
Por favor, no esperéis a llevar el coche al taller para venir.
P.D. El amor es eterno.