Llega ese momento, sublime, en que el pasado llama a tu puerta. Lo hace disfrazado de llamada equivocada, de encuentro casual, pero en el bar que tú y solo tú frecuentabas o en el concierto de tu grupo favorito y tú, que conoces tu pasado, sabes que ni fu ni fa.
Llega ese momento, sublime, del diálogo de besugos que no sabe a nada y aquí he de confesar que jamás he negado a nadie la oportunidad de hablar conmigo, que vivo entre pirados que me piden un café, un vino… conocerme y siempre, siempre digo que sí.
Es decir, un diálogo conmigo es accesible; es decir, ¡hablar me gusta! pero ¿esa retahíla de preguntas vacuas, de «¿Cómo está tu hermana, y tu hermano, y tu padre y tu vecina del cuarto»? No, eso no lo soporto. Se me forma un sarpullido en la piel mientras repito infinitas veces: «Pregúntaselo directamente a ellos. Les alegrará saber de ti».
Pero el pasado (es decir, el pasado que no pudo ser presente) es cobarde en formas y se acerca no porque se haya reconocido en la línea 14 de la página 132 de un libro o porque te reconozca (aún y con mucha probabilidad, SIEMPRE) en el estribillo de alguna canción.
El pasado vuelve porque, por ejemplo, hoy, la cabeza y el cuerpo le explotan de imaginarte en un presente paralelo. No porque (de repente) merezcas veintidós explicaciones, no.
Es quizá la lección más complicada de aprender y quizá, hasta esta última puerta, la que ya no te esperas, es la más difícil de cerrar, pero cuando han pasado muchos meses, o años (que cada cual defina sus tiempos) no eres tú quien lo trae de vuelta.
No son las explicaciones que «tú mereces» sino las que el otro necesita, como un lastre, soltar. No es tu dolor de meses, años (y el de todos los que os quisieron) el que necesita curar, sino el propio y, créeme, ese es un asunto que ya nada tiene que ver contigo.
Queda tranquilo, que seguro que hay por ahí algún amigo que a cambio de un cubo de cervezas le escuchará (o no y también dará la mismo que esto es un monólogo que solo le atañe a él).
Llega ese momento sublime, te lo prometo, en que el pasado llama a tu puerta y con toda la paz del mundo solo contestas: «Te quiero mucho, te querré siempre, pero no».
Repasando vocabulario:
Ex; prefijo, normalmente unido a la palabra que afecta, que denota que la persona ya no desempeña el cargo. Más que popular, inclusive solo en su mínima expresión, para definir a quien ya no es cónyuge o pareja.
Sublime; del latín “sublimis”, formado por “sub” que significa “bajo” y “limis” que expresa “limite”, es decir, bajo límite. Aquellas cosas que son sutiles pero los individuos no pueden percibirlas fácilmente. Se da la paradoja de que «sublime» hace referencia a todo lo que está bajo el límite de la conciencia y, a su vez, a lo que es excelente, admirable, a lo más elevando en su género.
Subliminal; aquello que se ubica por debajo del umbral de la conciencia.