Hace casi 15 años conocí a un músico de jazz, nos enamoramos y vivimos juntos hasta hace casi 11 años.
Os explico todos estos puntos porque hoy, casi, me parecen importantes.
Yo soy una eterna, pero convencida divorciada. De esas que sabía que en la vida de mis hijos no entraría un señor a vivir. Que no conocerían (como veía en los hijos de los padres de sus amigos a los que dábamos refugio los fines de semana porque no les gustaban el nuevo novio o la nueva novia de sus papás).
La cuestión es que un 29 de febrero, por aquellas cosas de que la Tierra tarda 365 días y 6 horas en dar la vuelta al Sol y no 365 días a secas y para compensar, cada 4 años se agrega 1 único día, denominado bisiesto, cosa que tampoco sucede siempre, sino solo en los siglos divisibles por 400.
Pues un 29 de febrero de hace 15 veintiochos, nos conocimos y yo rápidamente lo descarté por guapo (porque puestos a inventarme motivos para rechazar señores, servidora los borda y porque ya intuía yo que el tipo iba a dar mucho trabajo). Lo que no tuve en cuenta fue que él no se iba a dejar descartar.
Contaba mil veces que al conocerme, unos cuantos años mayor, con 2 divorcios y 3 hijos (entre otras catástrofes que acumulaba ya por entonces) pensó para sí: «Es demasiado para mí», mucho más habituado a una vida propia de niño bien. Pero volvió a mirarme y se dijo de nuevo (él solo): «No, no es demasiado.»
Pero a mí, en lugar de eso me dijo: «Me gustan tus cejas». Con lo que ya debí intuir que ese tipo iba a darme mucho trabajo…
El «trabajo» nos duró aún menos que el amor. Exactamente lo que tardó la Tierra en dar 4 vueltas al sol + 1 día al sol.
Así, 1457 días después, el siguiente 29 de febrero, incapaces de recordar las veces que nos habíamos dejado, ido, echado con la música a otra parte… Cuando nos reconocí convertidos en exactamente todo aquello que no quería para mis hijos, en lugar de celebrar nuestro primer aniversario, desmontamos aquella vida llena de instrumentos y partituras, de ensayos y errores mientras yo pintaba cuadros de todos los tamaños y escribía historias en las que no estaba él y hoy, caramba… bien lo merecía.