Releo el retrato inacabado de mi padre, escrito hace ahora tres años y no puedo más que suscribir cada letra y decir que, lamentablemente, el resto se fue perfilando en pinceladas cada vez más tristes. Mi padre se estaba muriendo desde que lo conozco. Jamás hubiéramos apostado ninguno porque casi llegara a los ochenta y seis ni, pese a ser el menor de sus hermanos, los sobreviviera a todos.