Ellas esperan en casa
Cuando, sobre todo mis amigos, me preguntan por India, siempre les contesto que no hay nada más distinto. Va muchísimo más allá de esas cosas que llamamos «el exotismo», «la cultura» o «la espiritualidad».
India es otro mundo. Y dentro de él, aún hay otros, distintos.
Uno de ellos es el barrio musulmán de Varanasi. Un laberinto de estrechos callejones donde cuesta transitar (¡mucho más que en el resto de la ciudad!) entre motos, cabras vistiendo jerséis de lana y corderitos atados a las puertas de locales mínimos donde has de ir con cuidado para no caer en una inmensa sartén de aceite hirviendo.
Y muchas, muchas tiendecitas de telas. Y de hilos. Y de patrones confeccionados de maneras inimaginables en cartón perforado para dar lugar a estos sarees (saris) confeccionados de manera absolutamente artesanal. Sarees «de los de verdad». Tejidos hilo a hilo, con seda o incluso con oro, con máquinas que ocupan toda una oscura habitación y cuya tecnología no he sido capaz de descifrar.
Un universo, por cierto, sólo de hombres a pesar de que es para vestir mujeres. Ya sabéis… ellas esperan en casa.