El otro día leí por ahí un artículo que hablaba de que no es verdad que los 40 sean los nuevos 30, ni los 30 los nuevos 20. Lo que pasa es que «la edad» es un concepto obsoleto y, en esta postal lo veo perfectamente reflejado.
Por un lado está Pi, mi querida Pi con la que sólo me llevo 20 días. Los días los tengo muy, muy claros, pero ella dará fe de que, en lo que dudo más de una vez, es en los años. Así que, como ella es «la mayor», le pregunto alguna vez cuántos años tenemos, cuántos vamos a cumplir. Porque es precisamente cuando se acercan «las fiestas patronales de nuestros cumpleaños» cuando alguien siempre me pregunta y, tengo que tirar de hacer cuentas con los dedos o, en su opción más inmediata: preguntarle a Pi.
Y luego está Isa. Así a ojo, tiene como diez años menos, pero quizá sean once o doce, o tal vez ocho o nueve. Empezó trabajando para mí hará… ¿Cuántos años? ¡Muchos! Pero lo que sí recuerdo es cuándo se ganó un hueco eterno en mi vida (junto a Pi) y fue en el 2008 precisamente en Madrid cuando el azar nos regaló vivir en otra ciudad común, lejos de nuestra conocida isla.
Ellas me conocen y saben de esta característica mía. Pi sabe perfectamente que yo no empleo recursos de mi cerebro en memorizar cosas que no me son importantes (y encima van variando con el paso de los años) y presumimos ambas de que ella (además de más guapa) es mi memoria externa.
Isa, siendo mucho más reciente en mi vida, me conoce casi lo mismo. Casi todo.
Son de esas personas que no necesitan hablar, apenas verme, para saber cómo estoy y, sin embargo (será por vicio), nos vemos cuanto podemos; nos hablamos un montón.
Pues eso. Que hoy Isa cumple años, pero no sé cuántos y, sin embargo… Tengo muchas, muchas fotos, de muchos tiempos y lugares distintos en los que me da besos y recuerdo cada uno de esos momentos con besos, no como si fuera ayer, ¡qué va! Si me concentro, puedo sentirlos en el alma y en la piel… Ahora mismo.