Hace años una amiga me llevó al espectáculo de un artista que le encantaba: «Te va a gustar, ya verás cómo te va a gustar». Y tuvo razón. Aún con el subidón que te entra tras haber disfrutado mucho de una actuación, ella se acercó a saludarle.
Quería, como tantos, compartir con él los detalles y las sensaciones del momento. Sin embargo, el artista, ahora en su faceta más humana, ni siquiera reparó en mi amiga e incluso se interpuso entre ambas, dándole completamente la espalda, tratando únicamente de averiguar qué hacía una chica como yo en un sitio como aquel.
La noche acabó en desastre y todos los años que siguieron, aquel «Te va a gustar, ya verás cómo te va a gustar», se tornó, en su faceta más amable, en que «Vaya decepción. Es un maleducado». A lo que yo contestaba con un: «No, mujer, no… Es solamente un hombre».
Y desde entonces, vuelven con ambos (por separado, porque mi amiga no lo quiso volver a ver) dos debates: Con ella, tratándole de explicar «Que uno se vuelve vulgar al bajarse de cada escenario». Y con él, de la presión a la que, cada vez más, están sometidos los artistas hoy en día. Se acaba la función pero aún has de esperar a la salida, saludar, escuchar los mismos cien comentarios, responder las mismas mil preguntas, firmar discos, libros, camisetas, posar para las fotos abrazado a desconocidos ¡sonreír!
Publicar HOY, las imágenes de HOY, repartir me gustas de manera ecuánime y estar atento a cualquier comentario (amable o no) que pudiera derivar en otra cosa.
Mucha presión para quien soñaba ser músico o actor y no una estrella de Instagram.
Así, aquel artista en cuestión, opta a menudo por largarse por la puerta de atrás y parecer un maleducado, en vez de quedarse y demostrarlo con todos los acordes… Y yo, que entiendo perfectamente a ambas partes, aún no he encontrado la manera de que ellas se entiendan. …