Mi momento favorito del día sigue siendo verlos comer.
Llegan entre risas, se lavan las manos y hacen una larga fila hasta la cocina.
Te reciben con un: «Goooood morning, mam!» o, los más mayores, con un «¡Buenos días, ‘profesor’ Pilar!». Cada uno llevando con más o menos destreza su plato, buscan un hueco entre las largas alfombras y se sientan ocupando cada mínimo espacio disponible del suelo.
Me encanta, me encanta ese ruido metálico de cucharas (aquí todo: platos, vasos, es de aluminio). Se lo comen todo. Aún no he visto a uno solo dejarse un grano y mucho menos protestar diciendo: «no me gustan los guisantes» (¿será un invento occidental?). Recoge cada uno su plato y lo pone en los barreños de fregar, toman uno de la media docena de vasos de las fuentes y beben. Aquí comparten vasos porque no apoyan la boca, sino que dejan caer el agua en el aire como si fuera un botijo (yo lo tengo que ensayar más, o se van a partir de risa y me preguntarán los más mayores cómo se dice «wet» en español). Entonces, cada uno saca su cajita con un cepillo de dientes y se ríen los unos de los otros viéndose echar espuma por la boca.
Lo que he dicho. Ya veis qué tontería… Es mi momento favorito del día.