Hablaba Sternberg en su Teoría Triangular del Amor que éste se compone de tres vértices: la intimidad, la pasión y el compromiso y aunque nuestras relaciones interpersonales dan lugar a diferentes combinaciones, sólo con la unión de todos ellos, se alcanza el amor verdadero o «amor consumado».
La intimidad trata de la conexión que se siente, del vínculo que se crea y de la autorrevelación que no es otra cosa que esa confianza que nos permite estar desnudos, ser transparentes delante del otro.
La pasión habla del deseo intenso de unión con el otro. Deseo sexual, por supuesto, pero también afectivo, sensual e intelectual.
Hasta aquí, estos vértices nacían de los sentimientos. Luego está el compromiso, que tiene que ver con la decisión de amar a esa otra persona y construir y mantener esa relación en los buenos y malos momentos. Si bien la intimidad y la pasión surgen de los sentimientos o lo que es lo mismo, parece que no tengamos elección sobre ellos, muy al contrario, el compromiso sólo es posible fruto de la elección personal que hacemos. Para que el amor perdure en el tiempo, hacen falta sentimientos, pero también una decisión personal.
Es desde este compromiso de donde nacen los «símbolos de amor» que nos regalamos, aunque no seamos conscientes de ello. Pueden ser tan significativos como una alianza en el dedo o las imágenes de un viaje compartido pegadas en la nevera. Con cada uno de estos símbolos estamos diciendo al otro: te regalo mi corazón.
Y esos regalos que nos hacemos y que esperamos que perduren en el tiempo los ponemos ahí, visibles, para recordarle a tu pareja el compromiso adquirido, pero también para recordarnos a nosotros mismos el lugar de donde nació nuestra apuesta por esa otra persona.
Y tú, me regalaste cien corazones. De una manera literal. Llenaste todo de corazones porque donde quiera que mirara querías que recordara que tu corazón era mío. Compraste un paquete de pegatinas y cuando no estaba, las extendiste por los muebles, el espejo del baño, mi inseparable ordenador, nuestra ropa, tu cinturón, nuestros zapatos…
Y yo, que soy tan práctica, te protesté por lo mucho que me costó quitarlos de la pantalla de la tele o por si podrían estropear la pintura de la madera del escritorio ¡pero cuánto me encanta que hagas esas insensateces!
El tiempo fue pasando y con él llegaron muchos símbolos de amor nuevos y mientras, esas pegatinas de corazones tuyos se fueron cayendo y sólo resistían (o eso pensaba yo) los que pegaste en la parte trasera de nuestros teléfonos móviles. Y cuando llegó tu último cumpleaños arañé con cuidado aquella última pegatina que llevaba desde hacía tanto en mi BQ y casi hecho añicos lo pegué en una postal con un beso y te lo envié por mensajero a la oficina.
Me pareció, ya ves, que necesitabas más que nunca un símbolo de amor y yo, otra vez más, te recordé que nuestro compromiso permanecía vigente. Te regalé mi corazón, que era un preciado tesoro. Te regalé mi corazón que era mío sólo porque tú me lo habías regalado antes.
No era la primera vez que «te mandaba de vuelta» algunas de tus cartas, notas que me dejabas en la nevera, declaraciones de amor o incluso, aquella primera tarjeta de visita que fabricaste con el cartón de una cajetilla de tabaco la noche que nos conocimos y en la que apuntabas pistas clarísimas de que «tu apellido era así y no asá, de dónde nos habíamos sentado en aquel concierto, o de que llevábamos los mismos calcetines» esperando que me sirvieran para recordar a aquel insensato.
Sospecho que alguna vez, aunque nunca me lo dijeras, has sentido que el hecho de «entregarte de vuelta» esas cosas significaba que no les había dado el valor con el que tú me las habías ido regalando. Ya sabes: esos «símbolos de amor» que entregamos al otro como muestra de compromiso. Pues tengo que decirte, sólo por si acaso, que surtieron efecto de la primera a la última. Hasta el punto que desde tu improvisada tarjeta de visita se desvanecieron los límites de lo que era «mío» y lo que era «tuyo» y cualquier cosa, material o no, pasó a ser oficial y afortunadamente «nuestra».
Lo que te estoy queriendo decir es que me daba lo mismo que lo tuvieras tú o lo tuviera yo. Era como cuando comprábamos dos discos de Zenet y a ti te dedicaba uno y a mí el otro. Simplemente podría describirlos como «el que te dedicó a ti» o» el que me dedicó a mí», pero ninguno de esos discos era «mío», sino nuestros, y de todos modos y con el permiso de Zenet, siempre, siempre, he preferido cuando me cantabas tú sus canciones. Otro símbolo de amor que me llevo puesto…
La cuestión es que mi móvil quedó desnudo sin tu corazón. Parece obvio pero tras tanto tiempo… me faltaba algo. Ahora, que me iba de viaje, a la otra punta del mundo, tanto tiempo y mi móvil sólo mostraba el cerco rojo de donde antes vivía una centésima parte de un paquete de pegatinas y sin embargo pareciera que el tono de llamada fuera más triste. Ya ves tú qué tontería…
Y vaciando completamente la casa y preparando en el último momento ese todo que tenía que caber en la maleta de cabina de avión que me llevaba como único equipaje, encontré un capuchón de cepillo de dientes con un corazón pegado.
En otro momento hasta te habría regañado «porque ya estaba bien de tanto corazón y tanto corazón», pero valga la redundancia ¡el corazón me dio un vuelco!
Y arañando, arañando (que hay que ver lo mucho que pegan esas pegatinas tuyas, deben estar construidas con tecnología espacial), algo maltrecho, pero un pequeño corazón rojo pasó del capuchón de un cepillo de dientes (que no uso), al móvil (que me acompañará, como tú, en este viaje).
Ya ves… Sólo eso, todo eso. Que me regalaste tu corazón y quizá te interese saber que aún lo llevo conmigo.
Imagen: tú haciendo el insensato para enviarme fotos desde un móvil con corazones pegados.
Mi parte favorita:
tanto tiempo y mi móvil sólo mostraba el cerco rojo de donde antes vivía una centésima parte de un paquete de pegatinas y sin embargo pareciera que el tono de llamada fuera más triste. Ya ves tú qué tontería…
¡Y NO ES PARA NADA UNA TONTERIA! Seguro que su teléfono también sonaría más triste si arrancara esas pegatinas ‘de tecnología espacia’l. Basta mirarlo en la foto ¡QUE CARA DE FELICIDAD!
Guapísimo, lo sé, lo sé… La felicidad no puede taparse por un móvil ni, tan siquiera… por muchas nubes negras que aparezcan (qué suerte).
En cuanto a las pegatinas de tecnología espacial, también pasa lo opuesto ¡no imaginas lo bien que suena un móvil con tanto amor adherido!
Seguro que le interesa y aprecia mucho saber que «aun llevas contigo su corazón». Seguro que sabe que está en buenas manos
Seguro que sí. Seguro todo. Muchas gracias por tu tiempo, por leerme y además, además… comentar.
GRACIAS
Pues seguramente el día que yo encuentre a alguien que me quiera como quieres tú yo también regalaré cien corazones.
Estoy de acuerdo con tu pareja. El amor hay que cuidarlo y demostrarlo.
Un saludo a los dos.
Está por ahí, en algún lugar esperando a que le regales mil corazones. Es sólo cuestión de estar atento. Por favor, por favor, en cuanto os encontréis, cuidaos muchísimo. Montañas.
Gracias por estar ahí. Un saludo,
Pilar, te echaba de menos en este rinconcito, tan tuyo como de todos los que te seguimos. Un abrazo donde quiera que estés.
Sé que me echas de menos. Lo noto perfectamente desde la distancia. También yo a ti. Escribiré. Quizá no con la frecuencia que querría, pero sigue cerca que vaya que escribiré.
Cuídate mucho. Cuídame la ermita. Un beso,