Me acabas de hacer una vídeo llamada desde el otro lado del mundo. Mientras tú te reías de tu hermano, yo me reía de ti; de lo raro que se me hace verte sin tu barba de leñador (que no de hipster) y de que jamás te había visto ese pelo.
Va y resulta que cuando crece indomable, se te ondula. Como a tu hermano. Ya puedes reírte de él, ya…
Hace 13 meses que no te veo más que desde este agujero del teléfono en que me muestras dónde vives, qué vas a cenar, que pones la lavadora o que está nevando, o cuando te haces alguna herida o enfermas para pedirme instrucciones.
Entre muchas otras adaptadas a la catástrofe de turno, te doy siempre la misma: ¡VE CON CUIDADO!
Y luego, vuelvo a reírme de ti y te recuerdo el mejor consejo que una vez te diera Albert, el jamaicano: «Doble condón».
Cuando por fin te vea voy a llorar. Lo sabes tú y lo sabe todo el mundo. Voy a llorar y darte besos, y besos, y besos…, como si fueras aún ese niño rinoceronte que tenía en brazos.
Y te contaré muchas cosas de este año, de lo que viví por esos mundos y de las muchas cosas que han pasado por tu pueblo, a la familia y a los amigos, pero también (lo sabes tú y lo sabe todo el mundo)… Volveré a contarte batallas de cuando eráis pequeños. Incluso… ¡de antes de que nacierais…! Mientras te acaricio ese pelo, que ahora quiere ondularse en el flequillo.
Que te quiero mucho, caramba, y que me gusta mucho, mucho, mucho verte.
«Como si no hubiera pasado el tiempo y fuera ayer,
voy a acercarme lento esta vez,
yo ya sabiendo que te irás
y tú tan guapa»