Pi se pone tierna después de mi publicación de ayer y me viene con que me quiere y tonterías de esas, que no engaña a nadie, que la conozco ¡uf, lo que la conozco! Anda que no nos hemos dicho veces que ojalá alguna vez un hombre nos llegara a conocer como nos conocemos nosotras que nos llevamos apenas 20 días y compartimos un 25% de ADN y un 100% de historia porque no hay un «mi historia» sin «su historia» y viceversa.
La cuestión es que se pone tierna y envía ella estas otras fotos nuestras a colación de las mías de ayer.
Para que veáis que somos iguales, pero no tanto, que yo andaba rebuscando en el archivo de patéticas, como aquella vez que tuve que arrancarla de un árbol al que abrazaba porque no quería volver a casa a pesar de que os juro que ya nos habían cerrado todos los bares. Por cierto, eso también pasó en Pachá, que hacía caso omiso de un señor-armario que le rogaba que saliera, que ya habían cerrado ¡Hacía 1 hora!
Y otra, que salió gateando del baño del Motown, no porque estuviera inválida, qué va, sino porque se escondía, que no quería que nos fuéramos, que quería que volviéramos a subir a la barra a bailar y lanzar servilletas como si fueran confeti…
Pero ella, claro, prefiere mostrar fotos de cuando nuestras hijas nos convirtieron en princesas. Pues también hay trampa aquí, que no os despisten las coronas. Que andábamos luchando ferozmente cuchillo en mano para ver quién le hacía el harakiri a la Cenicienta ávida de un príncipe de sangre azul, zapatito de cristal en mano, en la gelatina de la tarta.
Porque mira, en esto sí coincidimos mi casi siamesa y yo: a nosotras nos gustan los machos de sangre de cualquier color, pero movidita. De los que el riego sanguíneo les funciona con fluidez a todo el cuerpo (y no se les concentra en el triángulo de sus bermudas) y saben armarse de un cuchillo de cocina (cual nosotras) cuando hace falta.
Y creo también, caramba, que hemos demostrado a lo largo y ancho de esta vida, que incluso para lidiar un duelo de espadas, podemos hacerlo con los tacones muy altos, que es de flojas ir perdiéndolos por ahí o rajarse porque «son las 12 y mañana madrugo».