Hace mucho tiempo, escuchaba conversaciones del tipo: «Pues fulanito se ha ido a Cuba y se ha traído a ‘una'» ¡Muchísimo peor si era una fulanita la de traerse a ‘uno’, dónde vamos a parar! Si el traído era un tipo, era «un muerto de hambre»; si era una tipa, «una prostituta» y ahí, entraba mi parte favorita de la conversación: los «yo nunca» que yo resolvía con un sorbo o hasta largándome, porque nunca tuve los ovarios (o los huevos) de opinar por opinar.
Después vino conocer Cuba, DE VERDAD y ver las prostitutas ofreciéndose, no ya por dinero (que por supuesto, TAMBIÉN), sino porque entraras al supermercado a comprar un biberón, o leche, porque los biberones están, ahí, del otro lado de un escaparate al que ellas no pueden acceder, o porque las entraras a Tropicana, donde solo podían pasar acompañando a un extranjero. A ver si allí había más suerte…
Y quiero decir que todas estas transacciones eran sin dificultad con un hombre acompañado de su mujer del brazo. No era la voz de unas golfas, que yo estaba ahí mismo, atenta escuchando: era la voz de la necesidad.
Y el mayor logro, sí, por supuesto, SÍ, era casarse. Era que alguien las (los) saque de allí y sabiendo que en el camino dejas a hijos, padres y hasta un marido o mujer al que amas de verdad, no hay mucho más que decir en su defensa, y a quien veo indefendible de todas todas, era a mis vecinas de la piel de toro.
Así que después, ya en esto que se supone que es mi casa, a la mínima de cambio, en la sobremesa del café si escuchaba otro «yo nunca…» (porque desde aquí la vida se ve como con el cuello muy alto) por ejemplo: «… Casarme por necesidad, prostituirme» yo ya contestaba sin pestañear: «Mira, pues yo sí. Me prostituiría.» Y ya ninguna añadía nada más.
P.D. «Ella es de La Habana, él de Nueva York.
Ella baila en Tropicana, a él le gusta el rock.
Lo que las ideologías dividen al hombre,
el amor y sus hilos, lo une en su nombre».
Ricardo Arjona, Ella y él