Yo soy de letras, que es una manera de decir que vaya que las palabras me importan y una de las que me importan mucho, pero que mucho mucho es ese asunto del «querer». Escucho los «te quiero» con pinzas y, creedme, que obvio la mayoría y a la mayoría de las preguntas de: «¿Me quieres?» Contesto con un frío, pero honesto: «No».
Porque «querer» son palabras mayores y ¡ay! Aún más, esa notable diferencia (que yo sí hago) con la palabra «AMOR». Ahí nos dan mil vueltas los anglosajones. O los italianos, solo por poner un par de ejemplos. En cambio aquí los «te amo» son carísimos de encontrar y los «te quiero» casi, casi… se nos escurren de la boca y no, no, no.
Y esta foto turbia, casi como de otra época, es una declaración de «te quiero» de la que he sido más que consciente mientras escuchaba (por enésima vez) a mi, valga la redundancia, querido Jaime Anglada. Porque con permiso de Pili y de Uri y de Alberto, y hasta de Mauro, le quiero.
Y pensaba que esto de querer tiene que ver (o eso me ha parecido entonces) con echar raíces. También me vale como ejemplo «echar el ancla».
Hay personas y lugares a los que perteneces y te definen y mucho tiene que ver tu voluntad en el asunto.
Otras, quizá fueron intensas, pero no trascendieron y con el tiempo ves que no, que no las quieres. Que fueron «otra cosa», pero querer a alguien implica que formará parte de tu historia (el pasado, presente, futuro del que hace nada hablaba, ¿verdad?).
Sí, creo, que eso es lo que distingue querer de no querer…
Y quiero a Jaime, le quiero. Hoy me comentaba de una anécdota: «Pero, eso fue hará 18 años, ¿no?» Que daban ganas de contestar «que no, que no somos tan mayores», pero es que el tema con Pi se pone mucho más serio. Nos queremos desde los 70. Época de pantalones de campana. Palabras mayores. Y Ana, es más reciente, pero os lo afirmo con rotundidad: la quiero, ya la quiero.