Estos últimos días, la vida me está llevando a replantearme eso que llamamos «pasado, presente, futuro» y es todo un reto porque precisamente estaba muy convencida de vivir en el presente. Ya sabéis: ese poquito de experiencia sobre lo aprendido, ese poquito de improvisar sin miedo a lo que vendrá, ese mucho de valorar el aquí y ahora.
Y miro el pasado empeñado en llamar a la puerta buscando qué sé yo si ya apenas puedo reconocerme en él y, no penséis que soy una ingrata, que soy consciente a cada minuto que soy lo que soy por lo que fui; que soy el fruto de lo que sembré ayer.
Y ya hace mucho que aprendí a contestar sin inmutarme un: «No tengo ni idea» a la pregunta constante de dónde estaré mañana porque es una pregunta trampa si se formula en el hoy y responder cualquier otra cosa, no es hacerlo con la verdad.
Pero, cuando la apuesta lógica y sana pareciera el presente, me encuentro con los muchos matices y el más importante (siempre lo más importante) es el amor. El amor no se teje de presente, no. O al menos, no para mí. La seguridad te la da la confianza generada en el pasado y el compromiso es una apuesta imprescindible para que el amor viva y se teje en el lienzo del futuro.