Hace mucho que aprendí que son imprescindibles los datos y las cifras, por supuesto que sí, pero para que una historia cale, hace falta una cara, un nombre. Por eso llevo ya los años que llevo haciendo de este «contar historias» un oficio. En el camino también descubrí que incluso en las historias ajenas, están las propias.
En este caso, por desgracia (ojalá, ojalá no fuera así), es casi más, al contrario: hablo yo, aparece mi imagen (casi muerta de antes y viva de ahora) y lo hago en representación de muchas otras (y también otros) que ya no están para contarnos sus cómos ni sus porqués.
Hablo hoy como portavoz de los muertos y con el deseo, con el grito más grande que guardo dentro para quien aún no ha muerto (que es decir que aún no lo han matado) de: «¡HUYE, ESCAPA!».
Estos días han removido muchas cosas tan duras que celebro que muchos no seáis capaces en la vida de imaginarlas.
También he escuchado mucho: «Eres una valiente» y no, caramba que no. Es decir ¡no por estar viva! Vivir, SOBREVIVIR es una obligación (también ayudar a otros) y siendo justos, ni siquiera estoy viva por méritos propios. Ni siquiera puedo presumir de que «Yo salí». No. A mí «me sacaron«. Pero sí me reconozco que he aprovechado todos estos años «de gratis» (los que ya no parecían tocarme porque nadie dude que yo estaría muerta) en desarrollar, ahora sí, una valentía sublime.