Una noche me escapé a un concierto de Radio Futura (por favor, cuánto me gustaban; cuánto me gustan). Mis hermanos podían salir de noche y yo no «porque era una chica». No había más argumento.
Yo sacaba mejores notas, yo era quien limpiaba en casa, fregaba los platos, incluso hacía sus camas. «Esclava» me llamaban ellos. «Porque era una chica». Así que me escapé y me descubrieron y pusieron una reja en mi ventana. Empecé a escaparme por otros dormitorios y las rejas fueron apareciendo en cada ventana de la casa.
Mi madre desesperada decía que «es que aunque me ataran a la cama rompería las cadenas a mordiscos» y yo le contestaba que también estaba la opción de no atarme.
Por si alguno lo duda, más que lo mucho que me gustaba música, me dolían las injusticias. Incluso para conmigo.
Ya, con 14, 12, 10 años llevaba mal el «porque sí», «porque lo digo yo», «porque lo manda aquel señor con bigote»… Si mis tripas me decían que no, que no, que vaya que no era así.
Un día le agarré del brazo y le dije que no me pegaban más. Otro, les dejé una nota encima de su cama pidiendo perdón por la vergüenza que sabía que iban a pasar. Estaba embarazada y me iba. Iba a tener a mi hija. Y nunca más volví salvo, como ahora, a asomarme a una ventana.
Veo las rejas del que alguna vez fue mi cuarto y dudo, dudo de si encierran de dentro a fuera o de fuera a dentro. Pienso en que si hubiera habido un incendio habríamos muerto todos.
Entonces mi hija suelta cualquier cosa (es TAN divertida) mientras prepara la comida en la cocina de la abuela, y me doy cuenta de lo poco que he cambiado… Seguimos cantando a gritos canciones en el coche, con los ventiladores a tope para darle más emoción.
Suena Escuela de calor y dice: «esperad, esperad, que ahora viene cuando se transforma mi madre».
Suena una bachata y bailamos, aunque sea en la sección de lácteos de un súper.
Sigo yendo de madrugada a CUALQUIER concierto.
Y sí, también, sigo escapando, cada vez más lejos…