Cualidad de lo abstracto


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Él me pidió que le pintara un cuadro para el ansiado despacho que, por fin, ocupaba. Además, con requisitos, porque era para un buen espacio de una pared.

 

Esta vez ni se me pasó por la cabeza hacer un retrato, mi «especialidad». Después aún sí, aún le le regalé nuevos retratos nuestros y pinté un óleo de Eva que se convirtió en su «cuadro favorito» y collages con su cara dormida en cualquier sitio. Y de nuevo de los dos en una de aquellas fotos que le encantaban porque quería, quería en todas partes «muchas fotos de los dos».


 
Él también hizo sus pinitos con los pinceles y me sorprendió con el regalo de un campo de arroz amarillo, como habíamos visto tantas veces en Bali y, después, otro campo verde. Mi favorito, sin embargo, fue el tercer lienzo. El que no pintó y me entregó con los otros, en blanco, para que lo pintáramos los dos juntos y que quiso ser de mayor un hilo rojo absolutamente enredado, pero que permanecía atado en dos manos que se buscaban.
 
Yo no tenía ni idea, por aquel entonces, que era cuando más me estaba queriendo ¡Ni idea! Cuando me decía: «Si todo lo que quiero es quererte» y ella ya existía. Con quién después trató de olvidarme. Yo ni sospechaba lo enfadado que estaba, con todos. Con ella, «porque fue ella, ella…» que él «nunca jamás se habría fijado en alguien así». Y conmigo, muy enfadado, porque le había «dejado solo». Porque me había dicho que me tenía que dejar, porque pensaba que otros necesitaban que me dejara un tiempo y yo, en lugar de evitarlo, en lugar de tirar de un brazo cuando apareció un «ella», planeaba una huida cada vez más lejos. Y él y su miedo a perderme, lo tenían furioso ¡contra todos…! Y yo, con esa tonta manía mía de darle lo que me pedía con palabras en lugar de lo que nos gritaba todo su cuerpo.
 
Así que, quedamos, y le di aquel enorme cuadro, abstracto para cualquiera, excepto para dos personas que éramos capaces de leer todo el mapa de nuestras vidas, pasadas y futuras en las líneas y las letras de aquel aparente enredo.
 
Se lo entregué y lo guardamos en el maletero del coche porque era imposible llevarlo al restaurante donde habíamos quedado para cenar con un amigo. El mismo restaurante, en el que, después, me diría lo enfadado que estaba con todo el mundo, sobre todo conmigo. Yo llorando porque le perdía, y él, porque iba a perderme, porque «ella» nunca tendría que haber pasado.
 
Dos semanas después yo ya habría huido a otro continente y en las cada vez más escasas llamadas, de un lado del teléfono sonaba un mismo: «No soy feliz. Ya nunca lo seré, pero lo único que me importa es que tú sí. Tu lejos sí lo eres…» Que yo le callaba con un: «Vete a la mierda».
 

No sé si habréis observado ya la paradoja de lo abstracto de nuestro discurso y el peligro que tiene esta cualidad de lo abstracto cuando, los dos únicos habitantes del mundo de aquel cuadro, empiezan a ver letras dispersas, líneas y trazos, saltos de pintura y vacíos…  En lugar de todo lo que importa.

 
Pero aún ni ha empezado la historia… Seguimos apenas en el prólogo de aquella noche del restaurante y de un cuadro en el maletero del coche.
 
Ya sentados en la mesa, se dio cuenta de que, totalmente confuso, nos habíamos dejado los setenta euros que acababa de sacar en un cajero. Rauda y veloz me puse en pie y él trató de detenerme. Yo le decía, ya mientras salía por la puerta, que quizá el dinero seguía allí y él me gritaba que era inútil, que alguien se lo habría llevado. Volví, veinte minutos después, con la lengua fuera y setenta euros en la mano y me recibió con un: «No son aquellos. Has sacado más dinero». Asentí sonriendo. Era cierto. El tenía razón, pero es que yo… Quería intentarlo.
 
Y esta mañana, de camino al gimnasio, he visto una escena que no tenía absolutamente nada que ver (un tipo de repente ha sacado una cámara para hacerle una foto a un retrovisor del montón de un coche del montón, aparcado), y toooda esta historia ha vuelto a mí con total nitidez.
 
De repente, me he dado cuenta de cuánto simbolismo había en que, mientras él estaba enfadado, con otro, por haberse llevado nuestro dinero, y conmigo, porque el miedo a perderme nos tenía despistados, yo salía corriendo hasta un cajero.
 
Pero tampoco aquí acaba la historia… Algunas noches después, paseábamos por Malasaña nuestras tristezas. Yo, la de perdernos, Él,áun convencido irremediablemente de que todo era por causas ajenas. De que éramos apenas, dos víctimas mortales más, de la mala suerte…
 
Entonces, en mitad de una callejuela, encontramos un paquetito de billetes doblados por la mitad. Exactamente ciento cuarenta euros ¡El doble! Y él dijo que: «Setenta para cada uno», mientras yo gritaba a quien fuera que lo hubiera perdido que, donde quiera que estuviera, no se preocupara, no se enfadara, que le aguardaban doscientos ochenta en algún sitio.
 
Y aunque ninguno le dijo al otro lo que, de verdad, tenía para decir; aunque a aquel discurso abstracto se le fue sumando el eco de la distancia… Hoy, me he acordado de dos cosas TAN IMPORTANTES… Que no podía más que compartirlas.
 
Una, que no había vuelto a recordar ni un segundo de esta historia y otra vez más me pregunto: ¿dónde, dónde están las historias (importantes) cuando no las ves? Están escondidas pero ¿olvidarlas? ¡Es imposible! Salen en una explosión, por ejemplo, con una fotografía del retrovisor de un coche.
 
Y, la otra… ¡Que él era mi suerte, que yo era su suerte! Y lo sabía, ahora sé que dentro de mí lo supe siempre. Creo que por eso y sólo por eso eché a correr, «por si acaso», porque la suerte, buena o mala, para nada depende del resto. Hemos de construirla. Y antes de que dejáramos que se colara en nuestra casa la tristeza y los enfados, cuando este tipo era feliz, feliz, solo porque estaba a mi lado, y cuando yo no huía de todo lo que no entendía… La suerte era el más alto de los rascacielos.
 


Vamos a repasar vocabulario:

Abstracto; No concreto. De difícil comprensión. Etimológicamente viene del latín abs trahere y hace referencia a cualidades no específicas, como arte, amor, suerte o miedo.

 


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Acerca de Pilar Ruiz Costa

Me dedico a la Comunicación y a los eventos desde hace muchos, muchos años. Contadora de historias con todas las herramientas que la tecnología pone a mi alcance.

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