Me he despertado de sobresalto de un sueño, pero es que ¡era tan real! Y tú, seguías ahí, durmiendo, sin darte cuenta de nada. Cómo quisiera ser «más buena», no molestarte, pero necesitaba tanto hablar contigo que, aún sabiendo perfectamente que sí, he empezado a preguntarte:
-¿Duermes? ¿Estás dormido?
Hasta que, por supuesto… te he despertado. Has mascullado algo ininteligible, pero a mí ¡con aquellas ganas de contarte! ya me valía…
-¿Entonces estás despierto? -Insistía.
-Ahora sí, dime. -Me contestaste mientras hacías un esfuerzo por abrir los ojos.
Y yo te contaba aquel sueño, intenso, TERRIBLE. Te contaba que me habías dejado y que yo, no podía creérmelo. Que casi me muero. Y me pedías, además, que te ayudara a dejarme, que necesitabas saber que estaba lejos, muy muy lejos y yo, empezaba a viajar. Sin rumbo, eligiendo solamente en base a lo que estuviera más lejos del mapa, hasta entonces, «nuestro». Y te contaba de los viajes haciendo autostop por la ruta 101 de California, de las noches de acampada en los bosques de secuoyas, de los osos de madrugada.
Te contaba de cuando crucé por primera vez el puente de San Francisco de noche y empecé a gritar y te conté de lo distinto a las películas que era Los Ángeles.
Te hablaba de los indígenas mexicanos del desierto de San Luis; de las mafias asiáticas que traían ancianos a trabajar a California mucho más que de sol a sol; de las mafias de órganos y del precio de cada órgano sano que pudieran extirpar. Te hablaba de los carteles de desaparecidos, de los españoles desaparecidos, de los red necks que quemaban campamentos de extranjeros y los extranjeros ¡eran españoles! De los carteles de «prohibido entrar» en bares y restaurantes, por donde los coches de sheriff pasaban continuamente sin encontrar ni una cosa recriminable.
Te hablaba de las personas que fui adoptando en el camino.
Te hablaba de aquel muchacho trabajando en una plantación de marihuana huyendo de los dos bandos de guerrillas opuestas de su país que le presionaban para que se les uniera, pero que él no quería problemas. Te contaba de cómo «se tuvo que marchar» para matar a los dos soldados que acababan de violar a su hermana pequeña, porque si no lo hacía, ¿qué iba a ser lo siguiente?
Te contaba de India, de la muerte en Benarés. Te hablaba de los barrios de chabolas donde me había ido a trabajar y que, aunque me había prometido no enamorarme de ningún niño, lo había hecho de muchos (como seguía amándote a ti), pero sólo por dentro, para no hacerles daño el día que me fuera…
Te hablaba del niño que vivía en una silla, y de que las desgracias que te pasan allí «son culpa de algo que hayas hecho en el pasado» y de cómo, cada vez que me veía, continuábamos el juego donde lo habíamos dejado la última vez y de cómo, poco a poco, sin tener ni una palabra en común, me comunicaba con niños, con mujeres y te contaba todo lo que decíamos en un abrazo.
Te contaba que no era capaz de volver, que no podía, así que seguía mirando el mapa, a ver dónde más era «lejos» y tú, pobrecito mío, me contestaste ya con un amago de ronquido.
-Te has dormido. -Dije algo disgustada. Y añadí, pensando que, en realidad, era lo mejor.- ¿No me has oído nada de lo que te he dicho, a que no?
Y tú, que siempre has sido el sabio de los dos, simplemente contestaste:
-Que yo te había dejado… Mira que eres boba.
Permíteme que te diga que hoy me has emocionado especialmente. Que coño… me has hecho llorar. Será porque sé o intuyo todo lo que hay detrás. Te mando muchos besos. Sean los que sean, mereces más.
Por favor, ¡perdóname! Se me había pasado por completo este comentario TAN BONITO y por el que te estoy TAN AGRADECIDA. También por los besos.
Cuídate mucho.