Me visto a la primera. De verdad que es raro que mi primer impulso no me convenza y más raro aún, que después sienta que no iba adecuada a la ocasión. Pero hay días en que viene el «asunto ese de los zapatos», como por ejemplo, hoy.
Vestida de negro riguroso (gran elección para ir al teatro) y me pongo unos tacones, voy a maquillarme y los zapatos ya no me convencen y pruebo otros y casi, pero mejor otros y creo que estos tampoco.
En mi defensa alego que es que los zapatos me condicionan el maquillaje, pero también los escasos complementos: bolso y cinturón, collar y pendientes o pendientes y pulseras (jamás collar y pulseras, jamás collar, pulseras y pendientes y jamás de los jamases anillos de ninguna índole. Otro día os cuento el «asunto ese de mis bodas») y ya gorro y bufanda. Y de nuevo, en mi defensa ¡tampoco tengo tantas cosas…! Y desde luego, no pierdo la perspectiva de que vaya una chorrada de decisión ¡que esos fueran todos los problemas del mundo!
Pero al final llego, hecha un pincel y más que puntual a mi cita y como una cosa lleva a la otra, tras el teatro vamos a cenar y luego, venga va, a tomar algo y esa manía mía de hacerlo todo a pie «porque como vivo en el centro» y, para cuando me doy cuenta, monísima, pero llevo kilómetros hechos sobre tacón de aguja y el último tramo pienso: «En cuanto vea el portal, en cuanto lo cruce, me descalzo», pero soy una rajada y no, no lo hago.
Subo mis tres pisos y ya me lanzo en plancha en la cama con la sería intención de quedarme a vivir, de no salir nunca más… y oigo algo de fondo, como risitas… Algo mosca, uso las últimas fuerzas que me quedan para darme la vuelta y arrastrarme a donde llega el sonido y ahí están: son los zapatos que descarté que se lo pasan pipa a mi costa y me dicen no sé qué del karma.
P.D. Si soy Cenicienta y me viene el príncipe a probarme un zapato porque no se acuerda de mi cara, se lo come.
otro P.D. Quiero entrar a tu garito con zapatillas.