Pues imaginaos cuando alguien me dice: «He leído lo de tus polvos pendientes, ¡qué ‘jartá’ de reír!» (De reír a mi costa, quieren decir).
O, casi peor: «¿Eres tú? ¿Pilar? -con emoción sincera, lo juro, no van de broma- ¡La de los polvos pendientes!»
Que dicen que uno tiene que criar fama y echarse a dormir, pero igual para la próxima me toca planificar si la fama que quiero va de confesar tantas inmundicias.
Que no es que me vaya a poner ahora en modo excelente y «tener pelos en la lengua» (que con las pruebas en la mano, como que se apiadan porque nadie espera encontrarme un pelo), y que bueeeeno, vaaaale, sí, hablo de «mis» polvos pendientes (que también sangro si me cortan), pero esto es también un manual de definición y, sobre todo ¡De uso y disfrute!
Señor, Señora, ¿Son víctimas de una pasión irrefrenable que arrastran a lo largo del tiempo? ¿Su vecina del cuarto o el macizo de la charcutería le hacen, pero que mucho, mucho, pero que mucho tilín?
¡Pueden ser víctimas sin saberlo del mal de un polvo pendiente! Tranquilos, que ya les ayudo a descubrirlo y, por el mismo precio… les doy las pautas para resolverlo. DE NADA.
P.D. Me acuerdo de mi tía Antonia. Ella decía que «el amor dura lo que dura dura» y luego ya, se partía de risa…