Ya sabéis lo que dicen: que los hombres no saben escuchar y las mujeres no saben leer los mapas. La culpa parece ser de la puñetera testosterona, es decir, de su ausencia.
Por ella, en mayor o menor medida, los hombres usan más el hipocampo, mientras que las mujeres tiramos más de las áreas frontales. Va en serio. Una mujer con chute extra de testosterona se vuelve más hábil en cualquier tarea espacial.
También pesan y mucho, las expectativas. Si todos te dicen que, como mujer, lees peor un mapa, eso es exactamente lo que vas a hacer. No sea que nos defraudes a todos.
Las mujeres no saben leer un mapa… Discrepo, pero poco.
Yo, sin poder servir de percentil fiable de mi género, con un mapa me apaño. En mi caso no es en absoluto entenderlo o saber llegar de A a B. Llego. Os aseguro que llego. Lo que me mata es conducir (especialmente en el extranjero) y que en Maps o su equivalente gringo, una voz femenina (porque curiosamente siempre es una mujer la de «leer» el mapa), me diga: «Gira en la siguiente cuadra al oeste». Vosotros no me oís (y ella tampoco) pero os juro que le grito: «¿Al oeste?! ¿Y eso qué es: derecha, izquierda, en diagonal hacia tal sitio?» Porque os garantizo que saber dónde estoy con respecto a cualquier polo, me haría prescindir la mayoría de las veces de casi cualquier dato de navegación. Y os hablo de las grandes ciudades. En un desierto, o en bosque de secuoyas, os digo dónde está el norte casi casi… hasta de noche.
Así que no sé si soy una ‘mujer mujer», tan solo una mujer, quizá un hombre o una criatura salvaje. Sí sé que me encuentro en un «punto cero», léase por ejemplo, kilómetro cero y pienso: «Bueno, Pilar, ¿Y ahora, qué? ¿A dónde quieres tirar?» Y entonces sé, que por encima de todas las cosas… lo que soy es LIBRE.