Detrás de esta palabrota: «pareidolia», se esconde el fenónemo neuro psicológico responsable de que percibamos formas reconocibles en meros objetos inanimados.
Ya sabéis: nubes que pasan mutando de cachorros a barcos pirata, o troncos de los árboles en los que se ocultan garras de monstruos o mapas de lugares conocidos.
Y aún más en concreto, en la misma área del encéfalo donde se produce la pareidolia, nos encontramos una estructura denominada «giro fusiforme” (o «giro occípitotemporal lateral», otra palabrota aún peor), que procesa la información visual relativa a reconocer rostros de manera distinta a la que se procesan el resto de datos. Incluso aunque solo haya una ligera sugerencia de rasgos faciales, nuestro cerebro los interpreta automáticamente como una cara.
Este «giro» es el responsable de que reconozcamos caras allí donde las hay, pero también… ¡donde no las hay!
El profesor Kan Lee, tras estudiar profundamente el fenómeno, determinó que lejos de estar loco de atar, ver caras, era señal de que nuestras conexiones neuronales funcionan estupendamente.
Y ahora que os he dado datos, dejadme que os cuente los que considero los «por qué»: Los humanos somos criaturas sociales. Sospecho que necesitamos de una manera tan vital la conexión, el apoyo y la atención de otros que, cuando no está… la fabricamos.
Por ejemplo, recuerdo a Chuck Noland (el personaje interpretado por Tom Hanks en Náufrago). Wilson no solo fue el mínimo hilo, la razón por la que no se volvió loco, sino… ¡por la que siguió vivo!