¡Madre mía, el «trabajo que me dieron» estas mujeres! Lo que costó que me vieran como alguien cercano y no un bicho raro, una extranjera, un marciano… Pero ahí estábamos ese día, siguiendo con las tareas, como si nada.
La señora mayor que se quería levantar al verme y yo diciéndole que no, que siguiera tumbada y me ponía a su lado.
A las personas mayores, como señal de respeto, se las saluda, te despides de ellas tocándoles los pies. Así que, cuando fui a despedirme de todos, de aquella manera (porque no solo somos de mundos distintos, sino que hablamos idiomas distintos por aquel disparate de la torre de Babel), le toqué los pies y ella me bendijo y su nieta, al lado, pelaba vainas de guisantes.
En fin ¡que acabo de llegar a Grecia! Pero en este rato de tomarme un vino ¡un vino! En una lavandería, lavando por primera vez mi ropa tras 3 meses sin ver una lavadora, estaba mirando aún tantas fotos y me apetecía enviaros esta postal. ¡Y un beso! Sobre todo me apetecía enviaros un beso.